Lehdía Mohamed Dafa
–Safía,
date la vuelta, las niñas no deben tumbarse ni acostarse boca arriba –decía mi
madre, mis tías, mis abuelas (incluso la materna, que era un trozo de pan), mis
hermanas mayores, las vecinas y hasta las educadoras.
Preguntar
el por qué era inútil, nunca te daban respuesta.
Una
noche de esas en las que el cielo se abría encima de nosotros como un libro
mágico y mi padre se lo leía a mi hermano pequeño, yo, aprovechándome de su
bondad (mi padre era uno de esos raros mayores a los que no le gustaba nada
regañar a los niños), me arrimé al lado de mi hermano para escuchar; y, como
ellos dos, me tumbé boca arriba. Estábamos solos, nosotros tres en mitad del
patio de nuestra jaima. Reinaba una paz insólita. Mi madre y el resto de mis
hermanos habían ido a visitar a mi abuela materna, que no estaba bien de salud.
–Allí
está la Estrella Polar, aquella es la Osa Mayor y aquel es Almachbuh. Veis sus
cuatro patas –dice mi padre, señalando varias estrellas desperdigadas justo
encima de nosotros.
Mi
hermano dice que sí, que lo ve claramente. Yo, por más que me esforzaba, no
lograba ver más que una tela de araña
gigante.
–Almachbuh
era un temido y reincidente ladrón –cuenta mi padre–, que después de varios
castigos, que no evitaron que siguiera robando, Allah le dio a elegir entre la
pena de muerte o estirarle en el cielo, lejos de los hombres.
Un
estornudo le interrumpe. Mi hermano aprovecha y con su fantasía desbordada
dice:
–A
lo mejor roba alguna estrella. Mira papa, tiene muchas alrededor.
Yo
me echo a reír.
–No
hijo, no puede moverse de esa postura hasta el Día del Juicio Final.
Ahora
me invade el miedo. Ocurre siempre que mi padre menciona ese Día….
–A mí,
me gustaría tocar el cielo alguna vez. Pero por la noche me da miedo la
oscuridad y por el día el sol quema mucho –me atrevo a decir.
Nos
quedamos los tres en silencio… Mi hermano vuelve a preguntar
–¿Y
dónde se esconde el Sol por la noche, papá?
–El
Sol es un trozo de fuego, y aunque parezca fuerte y grande, es muy pequeño al lado
de lo que es el fuego del Infierno, que Allah ha preparado para los que no
creen en él, en los ángeles, los profetas y en el Juicio Final. El Sol, hijo,
sale por el este por la voluntad de dios. En su camino hacia el oeste lo van
empujando multitud de ángeles. Dicen que unos 360, pero eso solo lo sabe el Señor.
Cuando se mete por el oeste, en realidad va al encuentro de Allah. Cada noche
se inclina ante él y le pide permiso para salir el día siguiente. Y esa es su rutina
diaria. Pero llegará un día que en vez de salir por el este, saldrá por el
oeste…. –dice mi padre.
–¡Waw!
Me gustaría verle mañana mismo saliendo por el oeste –dice mi hermano
revolviéndose.
–Dios
no lo quiera, hijo. La salida del sol por el occidente es una señal del
fin del mundo –contesta mi padre con
gesto severo–. Por eso hay que ser un buen musulmán en cada instante de la
vida, porque ese momento nadie sabe cuándo llegará.
–Papá,
mi profesor de geografía nos ha dicho en clase que el Sol no se mueve, que es la
Tierra la que gira. ¿Eso es verdad?
–pregunto con timidez.
–La
Tierra ni es redonda ni gira, como dicen muchos charlatanes modernos –contesta
mi padre un poco enfadado– En la sura de Algachia del Corán, Allah dijo: “No ven
cómo hemos desplegado la Tierra”. Él todo
lo sabe, mientras que la sabiduría de los hombres siempre será incompleta y
limitada. Si la Tierra girase no tendríamos el día y la noche
turnándose; y sin eso no habría tiempo; sin el tiempo no tendríamos estaciones;
sin estaciones no habría la lluvia que trae el otoño; y si no hay lluvia
ninguna planta crecería en la Tierra; y sin las plantas no habría vida.
¿Entiendes?. Por eso Allah desplegó la Tierra, plana e inmóvil en el centro del
Universo. Cuando llegue el Último Día, la Tierra sufrirá un gran terremoto, que
la partirá en dos, y con la voluntad de Allah sacará todo lo que tiene en sus
entrañas. Saldrá por ejemplo el Infierno, que se encuentra debajo de la Tierra
Séptima. En él serán castigados todos los infieles, que en su vida han
desobedecido, negando la religión, los ángeles y los profetas.
–Tú
–dice mi hermano señalándome con el dedo– no rezas si no te obliga mamá. Irás
al infierno.
–¡Mentira!
–contesté, dándole un empujón–. Solo se me olvida algunas veces…
Mi
padre se hizo el sordo.
–Pero,
nosotros iremos al Paraíso ¿verdad papá?
–Si
os portáis bien, claro. ¿Sabéis donde está el Paraíso?.
Le
pego un pellizco a mi hermano vengándome por su ignorancia. Aunque yo tampoco
lo sé.
–Mirad,
al contrario que el Infierno, el Paraíso está allí arriba, muy arriba, encima
del Séptimo Cielo. Sus paredes están hechas de oro, cuarzo y diamantes. Cuenta
con varios palacios y habitaciones especiales de distintos tamaños. Serán la
recompensa de los creyentes, cada uno según haya obrado en la vida. También tiene
inmensos jardines, que huelen siempre a perfume. El Paraíso tiene varias
puertas y capas. La capa más alta de todas, está directamente debajo del trono
de Allah y se llama Alfardous. De ella emanan los cuatro ríos del Paraíso que
son: –mi hermano se adelanta y empieza a nombrarlos. Se los sabe de memoria.
Nuestro padre nos lo ha contado tantas veces...
–El
río de la leche, el río de la miel, el río del vino y el río del agua. Y sin hacer pausa mi hermano dice: - En el paraíso también están las
hurries, ¿verdad papá?
–Sí, pero eso
te lo explico otro día, cuando seas más mayor.
–¡Hala!,
mirad una estrella fugaz –digo, señalando una luz veloz que se arquea sobre
nuestras cabezas
–Cuando
una estrella cruza por el cielo, es que alguien ha muerto en algún lugar del Mundo.
Por la gracia de Allah a cada persona le corresponde una estrella. Esta se
apaga cuando la persona muere, y por eso desaparece del cielo. Pero también
volverá al resucitar, el Día del Juicio Final para rendir cuentas ante Allah, al
igual que todas las cosas y seres que por Él han sido creadas –sentencia
nuestro padre.
Así
estuvimos, durante horas y horas, sumergidos en el misterio de aquel libro, cuyas
páginas oscuras y mágicas, que Allah había adornado con la Luna, las estrellas
y otras criaturas como Almachbuh, se cerraron de repente ante la llegada de mi
tía Sukeina. Nos traía la cena. Con su inseparable linterna me iluminó, y
empezó a gritar desde lejos mi nombre en diminutivo, en señal de amenaza.
–¡Levántate
Safia! Que se acorten tus días. Siempre boca arriba. No tienes vergüenza, ni
siquiera delante de tu padre(1)
Hoy, muchos años después, añoro aquellas enseñanzas de mi querido padre. Pero nunca me he atrevido a hacerle una pregunta: papa ¿y si la Tierra fuese redonda?.
(1) Pasó mucho tiempo, hasta que, finalmente,
logré enterarme de por qué una niña no debe tumbarse ni dormir nunca boca
arriba. Los ángeles, esas criaturas que trabajan a las órdenes de Allah, te
maldicen mientras estés en esa postura, y porque un espíritu maligno se
puede aprovechar y te puede infligir un daño tan grande como es acabar con tu
virginidad.
Otro relato interesante y original!
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