jueves, 16 de enero de 2020

Adiós al adobe, a las jaimas y al pan casero

Por Lehdía Mohamed Dafa

Después de una travesía de 14 horas por fin aterrizamos en Tinduf. Como de costumbre, llegamos de madrugada, sobre las tres. Iba en compañía de amigos españoles, así que nos recogió un coche oficial perteneciente a la unidad del Protocolo Saharaui. Como medida de seguridad fuimos escoltados por la policía argelina desde el aeropuerto hasta la frontera de los campamentos. A partir de ahí, nos escoltó la policía saharaui. Es muy de agradecer.

El campamento de El Aaiún nos recibió envuelto en un manto de oscuridad y silencio. Sólo los incontables pellizcos de luz de unas estrellas, que en el desierto lucen con toda su intensidad, mitigaban la sensación de estar en una aldea fantasma.

A pesar del agotamiento del viaje y las pocas horas de sueño, me levanté temprano. Como dicen los saharauis: “no se debe enfriar el saludo” a los seres queridos. Así empezó un reencuentro después de dos años de ausencia. Al cálido y largo abrazo a mi padre, siguieron muchos más, de hermanas, hermanos, sobrinos, primos, familiares varios; así como de vecinos y otros conocidos.

En la calurosa bienvenida del primer día no puede faltar el tradicional cordero, sacrificado en honor a los recién llegados. Cuatro generaciones nos hemos juntado a la mesa en la casa de mi querido padre, de las cuales dos no han conocido otro país que la hamada.

La primera impresión en los campamentos es la absoluta calma. El habitual ajetreo y vaivén de la gente en los espacios públicos es cada vez menos notorio. Los adultos lo hacen todo a lomos de sus land rovers y mercedes de segunda mano. Sólo pequeños grupos de niños, apurando sus últimos días de vacaciones, habitan el territorio entre las jaimas, los bordes de los caminos o los montículos. Exploran y comparten en medio de juegos, alegría y algún que otro llanto.
Una vez más, tengo esa sensación de que la vida en los campamentos está sufriendo una rápida metamorfosis. Hay aspectos en los que se avanza a pasos agigantados, otros en los que quizás se esté retrocediendo….

Los hombres van y vienen todo el día, suben y bajan de un coche a otro. Casi sin excepción han sustituido la darraá por la chilaba magrebí (el frío contribuye).  Pregunto si esta “moda” afecta en algo a su identidad. Un primo me contesta: “Los hombres tienen que trabajar y necesitan ropa práctica. En todo caso, un hombre puede vestir como sea. Eso no afecta en nada a la identidad ni a la cultura saharaui, porque lo importante es la imagen que transmite la mujer; y ya ves, alhamdulillah, todas siguen utilizando la melhfa” En efecto, todas las mujeres, incluso cada vez más adolescentes, visten la melhfa tanto en su día a día, como para las ocasiones especiales como bodas y bautizos. Debajo de la misma, se van introduciendo discretamente una variedad de vestidos, pantalones anchos, ajustados, pijamas, chándal, bodis siempre de manga larga, leotardos, faldas, etc.

Todos los saharauis están intentando mejorar sus condiciones de vida, sin esperar nada del Estado ni de las organizaciones internacionales. Y casi podría decirse que una buena parte de las familias ha conseguido, con un esfuerzo titánico, ir rompiendo su dependencia de la ayuda humanitaria.

El comercio y determinados servicios son el mejor empleo. En todos los campamentos, hay una gran cantidad de tiendas que ofrecen de todo, “grandes” almacenes, mercados de ganado, carnicerías, panaderías, pequeños restaurantes, barberías, baños turcos, talleres mecánicos y de piezas de repuesto, tiendas de telefonía móvil y líneas de internet, servicios de taxi, cooperativas de construcción, sastrerías y algunos huertos. Toda esta actividad económica viene creciendo, yo diría que a altas tasas, desde hace años conformando un tejido laboral y productivo, que a pesar de la precariedad, es el armazón económico de la sociedad que los saharauis, a pesar de su condición de refugiados, están construyendo en unos campamentos que cada vez parecen menos provisionales. Por otra, parte, como en cualquier otro rincón de un mundo globalizándose, la cultura del consumo está bien asentada. Sólo hace falta, siempre, tener dinero. Y en ello, se afanan, ajenos a la política, en una lucha que ya desborda la mera supervivencia, cada día, los mas de cien mil saharauis que habitan los campamentos.



He ido preguntando por el reciente Congreso del Frente Polisario. La atonía en las respuestas y falta de interés se adueñaba de la conversación que apenas daba de sí. Una familiar le faltó poco por llamarme pesada: “Mira, te lo voy a resumir, y no preguntes más por este tema que aburre. Todos somos del Frente Polisario y todos queremos un país independiente en el Sahara. Eso está fuera de toda consideración o duda. Pero nuestros problemas ahora son otros. El suministro del agua es muy deficiente, sobre todo en verano. Las peleas familiares por los terrenos donde construir son cada vez más habituales, y atentan contra la cohesión social, porque muchas veces llegan a nivel tribal. Tendrían que crear una nueva wilaya, o algo así, porque aquí ya no cabemos todos. El tráfico de drogas está echando a perder a la juventud, y su dinero es una de las principales fuentes de tanta desigualdad. Y en el caso de nuestro campamento, el Aaiún, somos el último mono en todo; ya ves, todavía no tenemos luz eléctrica. Eso nos convierte en un campamento atrasado en muchos aspectos respecto a los demás. Tampoco tenemos médicos, y las medicinas de las farmacias privadas son muy caras. De todo esto, no hablan los jefes, ni los Congresos. Ellos viven en una burbuja especial, y estos problemas no les afectan, pero todos intentamos mejorar nuestras vidas sin esperar que ellos lo hagan por nosotros. Y, alhamdulillah, hoy vivimos mejor que nunca en nuestra historia”.
Este progreso se nota también en el estado de salud de la población, probablemente debido a dos factores: por un lado, la mejora del perfil nutricional por el acceso a distintas fuentes de proteínas y demás nutrientes; y por otro, por un notable avance en las condiciones higiénico sanitarias dentro del hogar y a nivel personal. Además, el acceso a internet pone al alcance de los usuarios algunas informaciones básicas sobre salud y cuidados.

La jaima de mi padre no tardó en convertirse en mi consultorio. La primera consulta ha sido la de un vecino. “Mi hermana me había enviado un whatsapp diciéndome que habías llegado anoche. Necesito por favor, si has traído medicinas españolas, estas pastillitas, son las únicas que me ayudan cuando tengo ese terrible dolor, que ya conoces”. Me enseña un blíster vacío de comprimidos de Colchicina. Un fármaco perteneciente al grupo de los antigotosos, muy eficaz especialmente para el control del dolor durante la fase aguda. En los días siguientes, los motivos de consulta más frecuentes fueron: niños con distintos tipos de infecciones respiratorias, lactantes con bronquiolitis, crisis asmáticas, problemas de piel como la dermatitis atópica, los moluscos y accidentes domésticos como las quemaduras. También me  consultaron dudas sobre la nutrición complementaria de los bebes, y la falta de apetito, que las propias madres terminan asociando al excesivo consumo de chucherías. Muchos niños las ingieren de forma compulsiva. La mayoría las compran por su cuenta sin ningún control de los padres.



Entre los adultos, destacan las patologías crónicas, como la diabetes, la hipertensión, graves problemas bucodentales, distintos trastornos de somatización y del aparato locomotor como el dolor de rodillas, hombros y de la columna vertebral. Las dolencias a nivel de la rodilla están haciendo estragos entre las mujeres. Llama muchísimo la atención la cantidad de mujeres que caminan balanceándose y arqueando las rodillas hacia fuera. Suelen ser mujeres en la etapa del climaterio y la menopausia, y especialmente aquellas con el característico sobrepeso, que padecen la mayoría de las mujeres saharauis. Por desgracia para nosotras estar bien rellenas sigue siendo el ideal de belleza, lo más cotizado. No faltaron quienes, como no podía ser menos, asociaban la causa de la mayor parte de estas dolencias al temible eguindi  a la sal, al exceso de colesterol, al frio, al mal de ojo, y hasta a la brujería.

Los hombres jóvenes consultan más por problemas estomacales, ansiedad (irhag), y alguna queja de alopecia. Sin embargo, el problema de salud más grave que tienen los más jóvenes serian los  accidentes de tráfico, ya son la principal causa de mortalidad. Mientras que entre las mujeres jóvenes, esta vez me ha sorprendido la alta demanda de anticonceptivos y de información en general sobre salud sexual y reproductiva. Claro, se casan a una edad muy temprana y muchas se convierten en madres antes de cumplir los 20 años. Con periodos intergenésicos muy cortos muchas se sienten desbordadas. “Yo no quiero dejar de tener hijos, pero necesito tiempo para recuperame entre un embarazo y otro. Me estoy volviendo flaca y fea con tantos embarazos, uno encima del otro, y me tengo que cuidar; porque como siga así, mi marido me acabará cambiando cualquier día por una esposa nueva”, dice una joven madre entre risas. Aunque no hay datos estadísticos oficiales, al menos que yo conozca, sobre la tasa de fertilidad entre las mujeres saharauis, a simple vista, y al contrario de lo que está ocurriendo en otras partes del mundo árabe, se nota que va en aumento y podría estar entre 5 y 7 hijos por mujer. Según la Organización Mundial de la Salud en el conjunto de los países árabes, la tasa de fertilidad está en 3,3 hijos por mujer, y se estima que bajará en las próximas décadas, debido al retraso de la edad de matrimonio y el uso masivo de los métodos anticonceptivos.

Para dar respuesta a los problemas de salud en los campamentos, por desgracia, la sanidad pública no está en su mejor momento. Es un sector lastrado por la escasez de personal cualificado (la mayoría de los médicos terminan emigrando), la falta de medicamentos en las farmacias públicas, y la dejadez generalizada de los servicios públicos. La esperanza y a menudo la solución está en la emergente sanidad privada. Ya existen consultas privadas de medicina general en todos los campamentos, y de algunas especialidades como ginecología, urología, y gastroenterología. También matronas que llevan a cabo el seguimiento del embarazo y atienden al parto, dentistas y técnicos en prótesis, veterinarios, exorcistas, herbolarios y varias farmacias. Pude visitar una en nuestro campamento, y en cuanto a la disponibilidad de medicamentos no tiene nada que envidiar a cualquier farmacia de Madrid. Sin embargo, y aunque los refugiados saharauis ya tienen asumido que tienen que pagar por todo, muchos precios están al alcance de muy pocos.



Los cambios también son notorios en la educación. Por un lado, se ve que las escuelas primarias y los institutos de secundaria son cada vez más numerosos y al alcance de todos. Sin embargo, no deja de ser un sector, que igual que la sanidad, está muy castigado por la pérdida de interés por el trabajo colectivo de antaño y la decadencia institucional de los últimos años. La educación ha dejado ser obligatoria, y los padres se quejan del bajo nivel del profesorado. Un alto cargo dentro del Ministerio de Educación me ha explicado por qué la educación es gratuita y pública, pero no obligatoria. “Los padres, hoy en día, tienen estudios la mayoría y saben perfectamente qué es lo mejor para sus hijos. Ya no son aquellos analfabetos (en referencia a la primera generación de refugiados), que desconocían la importancia de los estudios y era el Frente Polisario el que tenia que tomar todas las decisiones por ellos, así que son libres en hacer con la educación de sus hijos lo que ellos quieran”. La libertad de decisión delegada en los padres, en la educación, está dejando un vacío del que se está aprovechando el creciente poder religioso. Las escuelas coránicas crecen como setas en todos los campamentos. 



Muchos padres optan por esta opción y ya no envían a sus hijos a los colegios públicos. “Creo que es un error grave, privar a un niño del colegio normal por más limitado que sea, y enseñarle sólo el Corán, que en todo caso debe ser algo complementario, pero no sustituto de los otros conocimientos”, dice una familiar, mientras que otra defensora del sistema de enseñanza religiosa, replica: “Pues yo estoy contenta de tener esta alternativa. A ver, de qué nos han servido a nosotras los estudios? Tantos años lejos de nuestras familias para acabar como todas, casadas y criando hijos al igual que nuestras madres y abuelas que nunca fueron al colegio. En definitiva, para una mujer es suficiente que sepa realizar sus rezos y basta”. Con un tono de voz contundente, un padre que se había mantenido al margen de estos comentarios, le contesta: “Yo no me fiaría de esta gentuza de las escuelas coránicas, aunque lo hiciesen gratis. Son unos parásitos, e infiltrados pagados por los embusteros hipócritas de las petromonarquias del Golfo. Ellos mandan a sus hijos a estudiar a las mejores universidades de los nasara (occidente). Que nos construyan hospitales y buenas escuelas de verdad y no tanta mezquita, no las hemos necesitado nunca para estar cerca de Allah”

Un capitulo aparte merece la construcción de viviendas. Hasta no hace mucho el paisaje de los campamentos estaba dominado por la presencia de jaimas, las típicas tiendas de campaña en forma de cuadrado o rectángulo; de lona impermeable, muy resistente; habitualmente diseñadas y cosidas por las propias mujeres saharauis. Poseen cuatro laterales, con una puerta cada uno; se levantan por el centro sobre dos robustos y largos palos, unidos por otro más corto; las jaimas se fijan con una gran cantidad de “vientos” anclados al suelo por piquetas o estacas de acero clavadas en la tierra. Por dentro son recubiertas con distintas telas que hacen de falso techo y de decorado. Hoy en día, las jaimas, al igual que la mayoría de las construcciones de adobe, se están convertido en reliquias del pasado. Están siendo sustituidas por construcciones con bloques de cemento y por barracas de chapa. Los motivos para esos cambios son, a juicio de la mayoría de las mujeres, que las jaimas aunque mas cómodas, resultan muy caras y cuesta mucho trabajo mantenerlas. En cuanto a las casas de adobe han dado todo tipo de problemas: las lluvias las derriten como azucarillos; además son un blanco fácil de las temibles termitas, que crecen con mucha facilidad y especialmente en el campamento del Aaiún, por la humedad del subsuelo con agua a poca profundidad. Encima: “este conflicto no tiene visos de solución. No creo que vayamos a volver al Sahara ya. Así que es mejor tener una casa en condiciones y no la miseria de las casas de adobe”, argumenta un familiar. La jaima de mi padre es una de las pocas que quedan en pie en nuestro barrio, rodeada de escombros del antiguo adobe y de nuevas construcciones de cemento, no fue fácil localizarla cuando llegamos la primera noche.



Creo que el sistema jaima-casa no debería desparecer. Y no solo porque la jaima sea un elemento simbólico central en la cultura beduina y su confort nos conecte y produzca la nostalgia de un mundo originario. Desde un punto de vista socio sanitario, el amplio espacio de la jaima, siempre abierta a los recién llegados y cerrada a la vista, ofrece innegables ventajas, frente a las nuevas casas de cemento. La estructura familiar es extensa en la sociedad bidán y el modo de vida menos individualista, favorecen que las relaciones sociales sean frecuentes, y se mantienen de por vida estrechos los lazos familiares, que amortiguan el aislamiento, los sentimientos de soledad y fomentan la cohesión y la solidaridad entre los miembros de la comunidad.

Sin embargo, pasar muchas horas del día en las habitaciones cerradas de las nuevas casas de cemento, con poca ventilación tanto aérea como lumínica, podría convertirse en un ambiente potencialmente favorable para la rápida propagación de distintas enfermedades infectocontagiosas frente a un medio menos favorable a los contagios como el sistema jaima-casa. Además, el sistema jaima-casa favorece una mayor actividad física por la continua movilidad entre los distintos compartimentos y una mayor exposición al sol, principal fuente de la vitamina D, tan necesaria para el organismo. Y como tercer y no menos importante factor, el sistema jaima-casa favorece que los niños, sobre todo los más pequeños, se muevan y jueguen al aire libre, mejorando el desarrollo de la motricidad, y las cualidades asociadas a la exploración, la familiaridad y confianza en el entorno, la imaginación, la autoestima y la socialización.

Otro aspecto llamativo de esta vorágine de transformaciones aceleradas, es la extensión y cotidianidad digital, con el uso intensivo de los smartphone para todo tipo de comunicaciones y búsquedas y consumo de contenidos. Se puede decir que los refugiados saharauis a pesar de habitar en un aislado y lejano rincón de la hamada están conectados y participan del intercambio de contenidos global. Todos, hasta mi padre, que ronda los 90 años, disponen de un teléfono móvil y sin mayores complicaciones comparten mensajes de whatsapp, acceden a los videos de youtube y consultan las redes sociales. “Estos aparatos modernos son nefastos para los jóvenes. Se han vuelto vagos, porque pierden el tiempo enchufados a estos cacharros. Viven en una continua ilusión. Se creen todas esas tonterías que ven y por eso todos quieren emigrar fuera de los campamentos. Y por culpa del teléfono y las telenovelas, las mujeres ya no hacen ni el pan”, dice mi tío que presume de seguir usando un antiguo Nokia, sólo para hacer y recibir llamadas.

Los niños refugiados saharauis, que también podrían considerarse ya nativos digitales, ven menos la televisión, y cada vez juegan menos al aire libre. “Lo alarmante ­–me comenta una experimentada educadora infantil– es que muchos padres le dan el teléfono a sus hijos pequeños como si fuera chupete. Y hacen caso omiso a nuestras advertencias sobre las consecuencias del consumo y el comportamiento digital”. A qué me suena esto….

Pero un pequeño acontecimiento hizo que mi esperanza no esté del todo perdida. Durante unos días mis compañeras de viaje, con gran ingenio y generosidad, han conseguido desconectar a mis sobrinos y otros niños del barrio 2 de Doura. Junto a la jaima de mi padre, han improvisado un auténtico parque de juegos colectivos y de inventados artistas al aire libre. No han faltado globos, estirar la cuerda, carreras por parejas, maratones de dibujo, etc..  los niños participaron entusiasmados y se divirtieron de lo lindo, por unos días se olvidaron de los teléfonos de sus madres. Gracias amigas.



En resumen, y tratando de no caer en los tópicos, creo que es de justicia decir que los refugiados saharauis, a pesar de su prolongado exilio, siguen dando una singular lección de superación y adaptación humana. Con valores nada desdeñables y su dignidad, y gracias a una gran red de solidaridad familiar y social que merece todo mi respeto y admiración, han hecho de la hamada argelina un lugar digno de vida.

Madrid, 15 enero 2020

1 comentario:

  1. Gracias, Lehdía por compartir tu experiencia.
    Nací en el Aaiun y viví 10 años allí, cuando aún era español. Lo recuerdo con nostalgia y me indigna que los saharauis estén refugiados en el desierto argelino por culpa de España. Espero que puedan volver al Sáhara Occidental pronto y disfrutar de un país rico en recursos naturales y sobre todo, gozar de la hospitalidad y cordialidad que siempre ha caracterizado a los saharauis.

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