domingo, 12 de mayo de 2019

Bienvenida la preciosa niña que hoy tendrá nombre, mi nueva sobrina

Por Lehdía Mohamed Dafa


Hoy los Dafa están reunidos en una gran fiesta, cumpliendo una tradición saharaui y musulmana. La familia sigue creciendo, macha Allah.

Según el islam, al recién nacido se le pone nombre a los siete días de haber sido alumbrado. El nombre se elige, preferentemente, de acuerdo a lo que alguien cercano haya soñado, y sino, lo que la familia decida. Al recién nacido hay que darle la bienvenida a la vida con el sacrificio de algún animal a la semana de su nacimiento. En primer lugar, es un gesto de gratitud hacia Allah por regalar una nueva vida a la familia. Y, en segundo lugar, para darle suerte y protegerle contra todo mal el resto de sus días. Además, el islam exige a los padres que el nombre elegido sea decente y bonito, para que el niño o niña, de adulto, no pueda avergonzarse de llevarlo.


En la cultura saharaui, que en general es de pocos rituales, la fiesta de poner nombre al recién nacido se llama “lasm”. Empieza el séptimo día después del nacimiento temprano con la llegada de los invitados que suelen ser familiares, amigos y vecinos. Al tiempo que los hombres se encargan de matar uno, dos o tres corderos, cabras y hasta un camello, según las posibilidades, las mujeres, portadoras de todo tipo de regalos, para la madre y el bebé, se reúnen alrededor de la madre y se ocupan con la ceremonia de ponerle nombre al recién nacido. Tradicionalmente, los padres o alguno de los abuelos eligen tres nombres, por lo general entre los nombres de tíos maternos o paternos, o de amigos queridos o personalidades ilustres ya sea del clan o de personajes históricos del islam. Sin que la madre lo vea, una comitiva de tres o cuatro mujeres, asignan a cada uno de los nombres elegidos una rama verde, o palos de diferentes características. El resto actúan como testigos. Las ramas se entregan a la madre que había permanecido con los ojos tapados o de espaldas a la comitiva y los testigos. En un cuenco de leche, por lo general de kéfir de cabra o camella, diluido con agua azucarada, la madre sumerge las tres ramas y con ellas ejecuta varios movimientos circulares alrededor de la cabeza. Con los ojos abiertos y con sus mejores deseos, al azar elige una de las tres ramas. Por fin, el recién nacido, en este caso una preciosa niña, cuya identidad llevaba una semana en el limbo, ya no será sólo el niño o la niña. Las mujeres, que conocen el nombre asociado a cada rama, proclaman en voz alta el nombre elegido, acompañándose de vítores y cánticos alegres. El pariente o persona cuyo nombre ha sido el elegido será una especie de padrino del recién nacido, y tendrá que hacerle un regalo, no importa qué ni cuándo. No hacerlo, es una deuda que se puede convertir en un pesar que se arrastra para siempre. 

Afortunadamente hoy cualquier niño nacido en los campamentos tiene su fiesta de “lasm” donde abunda la carne y otros suculentos platos y toda clase de bebidas. Pero hace tan sólo unos años atrás, cuando la mayoría de los hombres estaban en la guerra o vigilantes, y en los campamentos sólo había mujeres y un enjambre de niños, muchas fiestas de “lasm” se celebraron sin cordero ni cabras y mucho menos camellos. La escasez y la precariedad lo dominaban todo, a pesar de lo cual las mujeres se las ingeniaban y el bacalao seco y maloliente, que se repartía como ayuda humanitaria, lo transformaban mágicamente en verdaderas delicatesen. Entre bendiciones y cánticos a Allah, durante décadas, el bacalao fue el único menú de la bienvenida a toda una generación, que por eso acabó llamándose “los hijos del bacalao”

Mi sobrina ya tiene un hermoso nombre, en su fiesta de “lasm”, que ahora mismo transcurre tranquila y con pocos comensales. Estamos en el Ramadán, y muchos ayunantes se tienen que conformar con saludar, felicitar a los padres, y esperar hasta la noche que es cuando se les servirá el cordero como cena.
La joven madre y su hija empiezan la cuarentena. Un periodo de reclusión y descanso para ambas. Las visitas, el trabajo doméstico y el contacto con el exterior en general se restringirán al máximo. Un periodo para proteger a ambas de tantos males como suponemos acechan, sobre todo, aquellos que pueden ser infligidos por la maldad humana como el mal de ojo y la brujería, tan presentes en el imaginario popular saharaui en la actualidad. Una vez finalizada la cuarentena, la madre ya puede exhibir al bebé sin miedo. Se pone sus mejores galas y recibe un pequeño homenaje por parte de amigas o hermanas. Suele ser íntimo, y también con abundante y buena comida. 

Madrid, 12 mayo de 2019

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