Por Lehdía Mohamed Dafa
No hace mucho descubrí una receta de pan casero muy sencilla, la probé y me
encantó. Se hace prácticamente sin amasar. He decidido enviársela a mi hermana pequeña, porque,
cada vez que la hago, como hoy, pienso en el esfuerzo agotador que ella tiene
que hacer para, eso sí, lograr el mejor pan casero del mundo.
Como en la mayoría de las gastronomías árabes, en la saharaui el pan forma
parte de muchos menús desde tiempos inmemoriales. Nuestros antepasados hicieron
pan a base de harina de trigo o cebada, con o sin levadura y sal. Lo cocían encima
de una piedra caliente, en una bandeja, “sajana", o en tierra
previamente calentada con brasas de leña o carbón. Se comía para desayunar,
mojándolo con el té azucarado, o untado de mantequilla o manteca. También era
plato principal, como la “emraifisa”, que se hace con pan de tierra sin
levadura, troceado, cubriéndolo de abundante caldo de un buen quiso de carne,
se deja reposar un rato, y se consume con la carne por encima.
He leído que la Revolución Francesa impuso un “pan igualitario” para todas
las clases. Antes, el pan blanco era exclusivo de los nobles y ricos, y el
marrón y oscuro era la dieta de los pobres. La “revolución saharaui” popularizó
el consumo de pan. Recién instalados en los campamentos de Tinduf, fuimos
recibidos con una canasta básica rebosante de alimentos energéticos, donde lo
más abundante era la harina de cebada. Así, durante años, nos podía faltar de
todo, menos el pan.
Las mujeres tuvieron que aprender a cocinar lentejas, garbanzos y alubias,
productos antes nunca vistos ni consumidos por la gran mayoría de los saharauis,
y pronto encontraron nuevas formas de cocer el pan contando con harina,
levadura seca, sal y agua. Recuerdo que uno de los primeros métodos de cocerlo fueron
los hornos de leña. Si, hornos de leña en pleno desierto. En nuestro campamento,
el Aaiún, todo el mundo empezó a construir pequeños hornos de adobe. Hornos que
calentábamos con arbustos y troncos secos de pequeñas plantas, que
recolectábamos a las afueras del campamento. Los hornos de leña tenían la
ventaja de que permitían hacer a la vez gran cantidad de pan, del tamaño de las
familias extensas y muy numerosas que éramos.
Dicen los árabes que el pan es como el útero de una mujer. Pan y útero a
partir de una semilla pequeña van creciendo hasta transformarse en vida. Y la vida durante aquellos primeros años en
los campamentos, también crecía en una continua lucha por la supervivencia de
cada uno de nosotros y como pueblo. Muchos días, cuando no había otra cosa que
comer, nuestras madres que siempre tenían una solución para todo, te decían, te
voy a hacer una “maría tonta”, no sé de dónde sacaron aquel nombre. Era un
plato muy simple, cuyos ingredientes no eran más que pan troceado, rociado con
aceite, agua y azúcar.
Años más tarde, y a medida que nos fuimos familiarizando con el uso de las
cocinas de gas que suministran los argelinos, fuimos prescindiendo de los
costosos hornos de leña. Se empezaron a usar unas bandejas de hierro o aluminio
llamadas “farrah”. El resultado era un pan redondo, que, aunque grande,
muchas veces había que hacer hasta dos y tres tandas de “ jubzat farrah”
pan para satisfacer las necesidades de toda la familia, en un proceso que
duraba varias horas. Del “farrah” pasamos al pan del “marjan”. El
“marjan” es un puchero alto de hierro forjado que habitualmente se usa
para los guisos y el cuscús. El pan que se hacía en el “marjan” eran
pequeñas barras ovaladas, que según el tamaño que le dabas, se podían cocer de
dos en dos o de tres en tres. El pan se cocía con el calor por debajo y la
humedad por arriba, porque el marjan se cubre con un paño, y así raramente el
pan se quemaba. Solo tenía un inconveniente, era difícil no acabar quemándote tú
la mano al meterla en el “marjan” para darle la vuelta. Así que, durante
aquellos años, era habitual ver a muchas mujeres con la parte interna del
antebrazo surcada por una o varias marcas de aquellas quemaduras.
Recuerdo también cómo una de mis tías, que presumía de saber muchas cosas
del “islam verdadero”, decía que Allah, que mencionó la palabra pan sólo en una
ocasión en todo el Corán, le dio una simbología especial al pan en los sueños
de una mujer. Decía que si sueñas que repartes pan entre allegados y vecinos,
tendrás riquezas abundantes. Si sueñas que tu esposo está comiendo el pan que
has hecho, tu marido te guardará amor y fidelidad eternos. Si sueñas que estás haciendo
caridad dando pan, tendrás muchos hijos y nietos que te querrán y obedecerán siempre.
Y si sueñas con pan caliente tu primogénito será un hijo varón; y si es pan frío
podrido o viejo, reza mucho y cuídate porque te asediaran las enfermedades, la envidia
y la mala suerte.
Durante años, la mala suerte de verdad se cebaba con los hombres que estaban
en el frente, con nuestros combatientes, que también tenían que hacer su propio
pan por lo general rudimentario y frío según me cuenta mi padre. En los
campamentos, mientras, se iban imponiendo por norma los menús igualitarios para
todas las familias. No se podía consumir pan diariamente, también había que
comer cuscús, arroz y pasta. Una pesadilla que afortunadamente duró poco. De
repente, una nueva forma de cocer el pan irrumpió en escena. Era el pan cocido
en cazuela. Dicen que la culpa la tuvieron las jóvenes saharauis que estudiaban
entonces en Libia. Entre que Gadafi les daba buenas becas, con abundante dinero
de bolsillo, y que veían demasiadas telenovelas egipcias, las estudiantes
saharauis de Libia, regresaban a los campamentos cada verano con todo tipo de
artilugios, entre ellos las famosas cazuelas. El pan que se hacía en las
cazuelas era lo más parecido a un tierno bizcocho. Pero, las cazuelas eran un
bien escaso y además costaba mucho trabajo darle la vuelta al pan. Así que, aquella moda desapareció rápidamente
y no quedó más remedio que volver al pan del “marjan” primero y más
tarde al “farrah”, que poco a poco va cediendo paso a los hornos eléctricos
y de gas, cada vez más populares en los hogares saharauis. Los métodos
tradicionales empiezan a formar parte del pasado, o en el mejor de los casos se
han convertido en un producto de delicatessen, un lujo al alcance de pocos.
Y mientras “el pan desnudo”, como lo inmortalizó Mohamed Chukri, levantó a
Siria en 1940, a Egipto en 1977, a Túnez en 1984 y a todo el mundo árabe en
2011, y sigue simbolizando la lucha por lo más básico de la vida, los saharauis
poco a poco están dejando de hacer pan…. Van aceptado con resignación, el pan
industrial argelino o marroquí, según donde viven.
A la espera de ver qué tal le habrá salido el pan a mi hermana con la
receta fácil y deliciosa del principio, puedo decir con orgullo que del mío mi
familia no ha dejado ni migajas.
Genial... contar aspectos de la historia de un pueblo a través de la historia su pan. A ver si compartes algún día la receta... :)
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