martes, 7 de mayo de 2024

Mamía

Por Lehdía M. Dafa

En los últimos meses Sukeina, la hija mayor de Mamía, está notando cosas extrañas en el comportamiento de su madre. Dos saltan a la vista. La primera, es el apetito descontrolado y la voracidad con la que come todo. Una mujer que ha sido muy recatada y prudente a la hora de comer y en la forma de hacerlo. La segunda observación llamativa es el cambio de su relación con la gata, Samira, que antes, apenas, se la veía el pelo por casa y no dejaba de parir una camada tras la otra. No hay niño en el barrio 2 de la daira de Tifariti, que no tenga algún cachorro descendiente de Samira. Lo habitual es que gata y dueña pasaban olímpicamente una de la otra. Ahora, sin embargo, en estos últimos meses, Samira, no se mueve del lado de Mamía. Siempre vigilante, y hasta gruñona, cada vez que la ve repetir de los platos. Y Mamía, lo que nunca había hecho en 12 años, está volcada con Samira, deshaciéndose en mimos y cuidados. 

Sukeina que nunca tuvo que decirle nada relacionado con la comida, ahora, varias veces al día: 

- Mamá no comas tanto   

Y Mamía, siempre a la defensiva, y siempre con la misma frase:

- Pero si no he comido todavía. ¿Quieres que me muera de hambre?

Las discusiones sobre la comida se han convertido en algo habitual. Más de una vez se han quedado sin comer o han comido a medias, porque Mamía era capaz de devorar el plato familiar en pocos minutos, ella solita. Y hasta ha llegado a quitar el plato a sus propios nietos para dárselo a Samira. 

Frente a este inexplicable comportamiento, Sukeina está cada día más angustiada y lo único que sabe, es que esto es algo de lo que nadie fuera de la familia debe enterarse. Así que ha tenido que ir dejando de invitar a las amigas de su madre, que de vez en cuando se juntaban en la jaima a compartir con Maima largas partidas de Sig, siempre acompañadas de té y a menudo, según la hora, de comida o cena. Procura, también, que su madre no coma fuera de casa para que nadie note su extraño y “vergonzoso comportamiento”. En una familia tradicional, los modales relacionados con la comida son de riguroso cumplimiento: no comer excesivamente, no masticar deprisa ni llevarse grandes bocados a la boca. Algo mas propio de animales y “de seres inferiores”.

- De “gentuza” maleducada -decía siempre Mamía. 

Y lo que faltaba ahora sería, que viéndola comer así, la echaran un “mal de ojo”. Sukeina aprovecha cualquier ocasión para decirle a sus hijos

- El profeta Muhamed, dijo que un tercio de las personas que están en los cementerios han sido víctimas del “mal de ojo”, así que ni una palabra sobre el hambre de la abuela. 

Un día Sukeina, escuchó un programa de salud en la radio nacional saharaui sobre la diabetes. El doctor habló de los síntomas típicos; y uno de ellos es comer en exceso. A la mañana siguiente llevó a su madre a un laboratorio privado en la ciudad de Tinduf donde le hicieron una analítica completa de sangre y orina. Los resultados salieron perfectos. La desesperación e impotencia de Sukeina la llevó a cocinar platos muy poco apetitosos, y que normalmente no le gustaban nada. Todo fue en vano. Maima los seguía devorando con ansia, y si se descuidaban repetía una y dos veces. Samira, en cambio, si parecía oír las regañinas y empezó a intentar quitarle a Mamía literalmente la comida de las manos, dejándole brazos y manos llenas de arañazos.

Una noche viendo el único programa de la televisión que siempre le había interesado, el informativo de las ocho de Aljazeera, Mamía empezó a mirar fijamente al presentador y en voz alta y muy seria dijo

-Pero bueno, no entiendo a este descarado, que no le conozco de nada, ¿por qué me mira así?

Leila la miró con extrañeza, pero no dijo nada.

Este episodio se repitió en más de una ocasión. Acaban diciéndola, sin ningún éxito, que sí conocía al presentador que además era su favorito. A lo que contestaba que no le había visto en su vida y que era un sinvergüenza. Aun así, Mamía seguía pidiendo, a cualquier hora, que le pusieran el informativo. Para ella siempre van a dar las 8 de la tarde.  

A su vez Sukeina a veces, olvidándose del estado de su madre, o quizás porque no acaba de aceptar inconscientemente la situación, le preguntaba por las noticias del día 

-Cómo voy a saberlo, si no me ponéis nunca la televisión 

-Mamá, Leila te pone la televisión todos los días.

-Ese demonio no me hace ni caso -dice dirigiendo una mirada de rabia y odio a Leila.

Leila es la nieta favorita de Mamía, prácticamente la había criado ella y la adora. Jamás, nunca antes la había llamado así.  

Una mañana, a principios del verano, las mujeres del barrio fueron convocadas para un mitin general en la sede del Ayuntamiento del campamento. Mamía empezó a decirle a Sukeina que asistir a esos mítines era una pérdida de tiempo y que por eso ella nunca había ido y tampoco pensaba hacerlo ahora. Lo cierto es que Mamía no había faltado a un mitin en su vida. Viuda de un mártir de la guerra saharaui-marroquí, durante años compensó la temprana ausencia de su marido (no se había vuelto a casar) asumiendo todo tipo de responsabilidades en la administración local del campamento. 

Nada mas finalizar el mitin, Sukeina, acompañada de sus dos hijas Leila y Alia, fueron a ver a la abuela. Mamía estaba haciendo un té saharaui, o al menos eso parecía. En realidad, sólo mezclaba té con agua fría, sin cocer, (en la hornilla ni siquiera había carbón) y bebía de forma compulsiva. El cuenco de Samira, que estaba a su lado con cara de asco, también estaba lleno del supuesto té. 

-Abuela, por qué no has echado azúcar al té. A ti te gusta siempre muy dulce -le dice Leila- mientras finge tomar el té que Mamía le ofreció

-¿Cómo voy a echarle azúcar al té? ¿No sabes que yo nunca lo tomo con azúcar? Además, mira, no queda nada. Enseña el cofre a Leila, que está rebosante de azúcar.

Alia, se marcha a la cocina. Ese día le tocaba el turno de preparar la comida para toda la familia. Nada más encender el mechero en el interior de la cocina se produce una llamarada. Alia sale corriendo, mientras grita

-¡Mama socorro! ¡socorro!, se me ha prendido la melhfa. ¡Quítamela, quítamela! ¡rápido, rápido! 

 Mamía se había dejado el gas encendido.

Una vieja herida familiar, nunca la perdonó que quisiese mas a su hermana Leila y que siempre la estuviera echando en cara que estaba muy gorda, acentuaba los gritos e insultos de Alia, rodeada de vecinas y familiares

-Te lo he dicho mil veces -dirigiendo una mirada acusatoria a su madre- Que esta vieja esta chiflada. Joder, joder, casi me mata -repetía Alia entre sollozos- 

Mientras, las mujeres se disponían a untar las quemaduras con un remedio tradicional, que prepararon rápidamente a base de henna y goma arábiga. 

Mamía también había acudido a ver lo que estaba pasando en la jaima de Sukeina. Se quedó parada en la puerta. Miraba como una niña asustada, ¿quizás sentía la culpa? No decía nada. Las mujeres, como un enjambre, se movían en torno a Alia tratando de aliviar las quemaduras. Samira llevaba un rato maullando. La presencia de Mamía había pasado desapercibida hasta que el más pequeño de sus nietos, que tenía tres años, asustado empezó a gritar 

-¡Mamá! la abuela, caca, caca -decía mientras la señalaba con el dedo-

Leila se acercó a su abuela, la cogió por el brazo con cuidado y la condujo   al cuarto de baño. Un líquido fétido discurría por sus piernas dejando un surco en la arena bajo sus descalzos pies.

Mamía guardó cama durante días. Y por primera vez, se negó a comer. Todos estaban convencidos de que había sido el té sin azúcar que se había tomado aquella mañana, que le habría provocado un terrible iguindi. Un médico fue a verla. Le pasó varias botellas de suero de glucosa, y les explicó que aquelló fue provocado por el susto del accidente y que no tardaría en recuperarse. En efecto, dos días más tarde Mamía se despertó una mañana y con una voz entonada y contundente, dijo: 

-Venga, panda de inútiles, hacedme un te después de este viaje tan agotador.

-¿Dónde has estado, abuela? -preguntó Leila, como siempre, siguiéndole la corriente-

-Ya te lo he dicho, en mi tierra, con mis padres y mis hermanos. Pero no me han dado de comer nada durante todo el tiempo.

Desde el accidente Mamía no había vuelto a ser la misma. Cada día, estaba más retraída, y se relacionaba menos con sus conocidos. Un día los reconoce, y otro los echa de su jaima o pasa de ellos como si no estuvieran. 

Perdió toda la amabilidad que la caracterizaba y no volvió a reírse ni hacernos reír con sus cosas. Ya apenas se acuerda de la comida. 

Sukeina la llevó a varios exorcistas. Todos coinciden en que no llega a estar poseída, pero sí que esta tocada por la maldad de los “jin”. Uno fue un poco más allá y dijo que no descartaría la posibilidad de que el mal de su madre sea obra de la brujería. 

Sea lo que sea lo que tenga Mamía, lo cierto es que su acelerado deterioro está amenazando la convivencia familiar, sumiéndose en un cierto caos y en inevitables y frecuentes desentendimientos. Mamía se pasa la noche entre gritos, delirios con episodios de su infancia. Llama a sus padres lloriqueando; revive con frecuencia los primeros días de la guerra y los bombardeos durante la huida hacia Argelia; e insulta a todos con terribles maldiciones. De día se encoge en su caparazón de silencio. Puede estar horas mirando en una dirección sin pestañar. Duerme muy poco, y se pasea sin parar por el patio, que Sukeina mantiene cerrado a cal y canto. Cada vez que se cruza con Samira, que la acecha y sigue sigilosamente, la intenta echar.  

-¡Pero mamá! -le gritó Sukeina- ¿por qué has roto el sagrado Corán? Allah te va a castigar. 

Ha troceando el Corán y lo está mezclando con los restos de la comida para las cabras.

-No me llames mamá. A ti no te conozco de nada. No ves lo delgadas que están estas cabras -no había ninguna cerca- ¿las quieres matar de hambre, como estás haciendo conmigo. 

Con cara de ofendida, como si fuese víctima de una gran injusticia, se metió en la jaima. Leila había oído los gritos de su madre, sale al patio.

-Pero mamá, no seas tan chillona con la abuela. Está enferma. No sirve de nada regañarla y gritarla todo el rato, aunque cometa una blasfemia. No es justo. Allah te puede castigar por tratar así a tu madre.

Las palabras de Leila dejaron tocada a Sukeina como si la hubieses clavado un puñal. Los ojos no podían contener las lágrimas, pero supo controlar la rabia que le subía. Entró a la jaima. Se sentó al lado de su madre. La miró detenidamente como si la estuviera examinando. Nunca la había visto así: era la imagen de una mujer exhausta, con expresión vacía, como ausente de la realidad. Una mujer, también apesadumbrada, con signos de vivir atormentada por haber perdido su decoro, su decencia y hasta el temor a Dios. Tuvo la sensación de que su madre se estaba convirtiendo en un espectro que deambulaba en un pozo profundo. Era ya un ser irreconocible.   Su esencia la había abandonado. No tenía la energía, ni la fuerza vital para seguir conectada con al mundo.

Sukeina, que también empieza a estar cada vez más desligada de familiares y amigos, recibe una llamada inesperada. Al ver que era de una prima que lleva más de veinte años viviendo en España, le pidió a su hijo Ahmed que se vigilase a la abuela hasta que vuelva. Se encerró en el salón. 

-Si prima, en estos momentos estoy cuidando a una anciana que tiene muchas coincidencias con el caso de tu madre. Había hecho una formación en gerontología y desde hace años trabaja cuidando a personas mayores 

-Fíjate, hasta tiene también una mascota. Solo que María, tiene un perro. Que se comporta, por lo que me dices, igual que Samira. Ahora son inseparables.

-Leila que ya sabes que es muy lista, tabarakalah, dice Sukeina- y busca mucho en internet, me lo dijo desde el principio, pero nunca le hice caso. Aquí todo el mundo dice que el Alzheimer les pasa sólo a los nazarenos. Pero bueno, hace una pausa- al final sé que es mi cabeza que se niega a aceptarlo. Me cuesta creer que mi madre, que ya sabes lo que ha sido, sea incapaz de llevar las riendas de su vida. Encima, estoy agotada. Muchos días tengo el temor de acabar desarrollando los mismos males que mi madre. Sus olvidos frecuentes, su obsesión por la comida, su incapacidad para conversar normalmente, sus sinsentidos. Tengo que fingir que sus reproches, sus maldiciones y sus faltas de respeto, no me afectan, pero en el fondo me tocan la fibra sensible, y siento que voy a explotar -dice Sukeina, exhalando aire con profundidad para no llorar-

Después de colgar, se dirigió a la jaima. Le dio las gracias y las buenas a su hijo que se fue a dormir al salón.

Le cambió el pañal a su madre, le hizo un masaje en la nuca y los pies, - parece que eso le reconforta- le dio la pastilla de dormir a su madre, apagó la luz y se acurrucó a su lado como cuando era una niña pequeña. Sin que nadie la viera ni escuchara lloró a mares. Haber compartido, por primera vez, la carga emocional acumulada, le reportó una sensación de alivio y consuelo que no había experimentado en años.


A partir de entonces, y guiada por las indicaciones que su prima le ha ido dando Sukeina se resignó asumiendo que no era una supermujer que podía con todo. Consiguió poco a poco ir involucrando a sus cinco hijos mayores (dos chicas y tres chicos) en los cuidados de la abuela. Organizó turnos de doce horas. El que cuidaba de día descansaba de noche, y viceversa. El reto de todos era mantener a Mamía ocupada de día, para que pudiera dormir y dejar dormir de noche. Sus horas transcurren así entre lecturas de libros, que pedían a todo el mundo, periódicos y el Corán. Improvisan cantos y baile. Leila y Alia consiguieron, también, implicar a varias de sus amigas, y se las ingenian de mil maneras. Y así pudo recuperarse la relación con las vecinas y familiares, que vuelven a venir a diario a ver a Mamia. Mientras, juegan las partidas de sig, y todos fingen que Mamía que está en otra galaxia, sigue formando parte del equipo.

5 mayo 2024 





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