Por Lehdía Mohamed Dafa
(1) Término usado para cualquier afección que no tiene un diagnóstico o explicación clara
(2) Plato tradicional saharaui compuesto de vísceras de camello, cordero o cabra a la brasa, que suele incluir giba o sebo
La jaima de Jadiyetu, situada en la fila 10,
rompe la uniformidad del barrio 4. Es una exótica pirámide negra, haciendo
esquina, en el extremo más occidental del campamento de Hagunia. Tiene una sola
puerta, siempre abierta, orientada al sur y resulta espaciosa y acogedora. Es
la única jaima tradicional de lana negra, mezcla de pelo de camello, cabra y
oveja, que queda en todo el campamento. Las demás son tiendas de lona
prefabricadas. Son cuadradas, tienen cuatro puertas y pequeñas ventanas con celosías
de tela. Fueron donadas por Libia y se han puesto de moda.
Jadiyetu conserva también un gran erhal, una especie de
estantería artesanal de madera, típica en los hogares tradicionales saharauis. Es el único mueble en el interior de la jaima y
ocupa casi todo el lateral derecho. Deja ver su antigüedad por la
falta de color y sus surcos decorativos semiborrados. En la parte de arriba del
erhal, Safía, la hija más pequeña, soltera todavía, coloca las mantas cada
mañana. Da igual el orden, pero procura que las mantas de su madre estén bien
alejadas de las de los niños que, según ella, huelen a azufre y a pedos.
Jadiyetu lleva semanas muy enferma. Al principio decían que
sólo era que estaba triste porque su único hijo varón, que combatía en el
frente, lleva más de 9 meses sin venir de permiso. Pero a medida que pasaban
los días, las mujeres de la familia y las vecinas que cuidaban de ella,
empezaron a especular. Una vecina dijo que era el mal del frío.
–Fíjate, ¬estamos en 1984 y es la única de nosotras que
sigue viviendo bajo este trasto de jaima. Le he dicho mil veces que es muy fría
para este clima de la hamada, pero no me hace caso.
Las malas lenguas no tardaron en aparecer diciendo que
estaba enferma de celos. Su marido había tomado una segunda esposa porque
quería tener más hijos. Y esta, además, se quedó embarazada la primera noche de
bodas. Las hijas de Jadiyetu estaban convencidas de que ha sido una brujería de
la nueva esposa.
–No le ha bastado
con arrebatarnos a nuestro padre, ahora quiere hacer lo mismo con nuestra madre
–dijo Safía con la voz cargada de rabia.
La hermana mayor de Jadiyetu ofreció una explicación
distinta:
–Sea lo que sea es por culpa de la comida. Mi hermana ha
sido glotona desde que nació.
Sus palabras causaron conmoción entre las hijas de Jadiyetu.
–Esto es un mal de ojo que podría causarle un daño
irreparable –le contestó la sobrina mayor.
La enfermedad avanzaba, sin mejoría alguna, y el diagnóstico
seguía siendo un misterio. Ni siquiera los médicos del hospital nacional
pudieron dar con el remedio para curarla. Las mujeres impotentes y cansadas de
tantas conjeturas, al final decidieron que era iguindi(1), producido por las
amargas pastillas que tomaba con frecuencia para los dolores de cabeza; y que
se recuperaría como tantas otras veces.
De toda la familia, Safia era la que vivía la enfermedad
de su madre con mayor angustia. Muchas mañanas se despertaba asustada por tormentosas pesadillas
–No te lo quedes, pero tampoco se lo cuentes a nadie. Cava
un hoyo en la tierra, en un lugar donde nadie te vea, cuenta tu sueño al hoyo,
escupe encima tres veces mientras repites: “bismilahi rahmani alrahim”, (“en
nombre de Allah el misericordioso”) y lo cubres con tierra –le decía siempre su
madre.
Los días pasaban largos y tediosos, iguales unos a otros.
Sólo un ir y venir de familiares, conocidos y curiosos, y la enfermedad de
Jadiyetu en todas las conversaciones. La noche desplegó su manto de oscuridad sobre el campamento lentamente. Y una luna llena avanzaba coqueta hasta posarse en
el centro del cielo inmensa, cálida y misteriosa.
–Me gusta la luna llena, si no fuera porque no te deja leer
el cielo –decía siempre Jadiyetu.
Las mujeres entraban y salían de la jaima, acompañaban a la
enferma y se entretenían con temas diversos
–He oído que Gadafi va a cortar las relaciones con el
Polisario –dijo una de las presentes.
Otra, una jefa política (arifa), le contestó inmediatamente
–Son sólo rumores divulgados por el enemigo para minar la
moral de nuestro pueblo.
No hubo acabado de pronunciar la última palabra cuando de
repente Jadiyetu que llevaba una semana en un estado de extrema gravedad y ya se temía por su vida, abrió los ojos y balbuceó algo. Safía, que estaba
abanicándola sintió una mezcla de alegría y miedo, y empezó a agitar más
rápido y con más fuerza el abanico de papel encima de su cabeza. La noche
anterior, en un sueño había visto a su madre vestida con una melhfa blanca y
con trenzas de novia marcharse de la mano de la muerte. Enterró el sueño bajo
tierra con optimismo. Creció escuchando decir a los mayores que cuando alguien
se muere en un sueño es que tendrá una vida larga.
–Quiero desayunar
–dijo Jadiyetu con una voz ahora lúcida y firme.
Las mujeres empezaron a inquietarse. La hermana mayor se
acercó recitando un fragmento del Corán especial para espantar a los
espíritus malignos. El resto formando un coro alrededor repetían: “bismilahi
rahmani rahim” (“en nombre de Allah el supremo, el misericordioso”). Hurría,
una de las nietas de Jadiyetu de solo 10 años, salió disparada con las manos
en la boca, intentando retener uno de sus frecuentes e inoportunos ataques de
risa. Su madre le hizo un gesto amenazador: levantó la mano, hizo una pinza
juntando el dedo pulgar con el índice y señalando a la niña llevó la pinza al
cuello. No hay duda, el castigo será “mortal”, aunque ya se sabe que, por
suerte todo queda siempre en la amenaza…
–Quiero desayunar afachai(2) –insiste Jadiyetu, con esa voz que delata su fuerte carácter.
Las mujeres se miran y no dan crédito. Musitan una con otras. Safía se levanta
decidida. Algunas mujeres la siguen fuera de la jaima como atraídas por la
fuerza de un misterioso imán. Jadiyetu se niega a
tomar té azucarado con alhilk (goma arábiga). Un remedio infalible para el
iguindi. Tampoco quiere probar leche de cabra hecha kefir y rebajada con
agua y azúcar.
La noche avanzaba y las mujeres empezaban a estar exhaustas. De pronto aparece Safía con un séquito de niños de todas las edades. Con ambas manos sostiene una bandeja redonda, muy grande. El olor del hígado a la brasa envuelto en sebo de cordero impregna de inmediato toda la jaima.
La noche avanzaba y las mujeres empezaban a estar exhaustas. De pronto aparece Safía con un séquito de niños de todas las edades. Con ambas manos sostiene una bandeja redonda, muy grande. El olor del hígado a la brasa envuelto en sebo de cordero impregna de inmediato toda la jaima.
–Vamos mamá, aquí está el desayuno –dice Safía con una
sonrisa nerviosa. Deja la bandeja delante de su madre y acerca el candil de
carburo. Jadiyetu coge uno de los pinchos, lo acerca a su nariz y lo vuelve a dejar
en la bandeja. De repente, uno de los niños que hacían un círculo alrededor de
aquella bandeja, con ojos vidriosos y la destreza de un ave rapaz, agarra el
pincho y sale corriendo a la velocidad del rayo. El resto de los niños le
siguen, gritando y suplicándole que comparta el botín. Jadiyetu vuelve a coger
otro pinchito. Esta vez se lo lleva a la boca. Las mujeres miran en silencio
–Mi madre está masticando con ganas –dice Safía con
entusiasmo y sorpresa
–Mira qué bien lo está tragando –dice la hermana mayor de
Jadiyetu, con segundas.
La enferma sin levantarse fue comiendo con apetito todos los
pinchos uno tras el otro sin pestañar, ni pronunciar media palabra. Ni siquiera
reaccionó al llanto del más pequeño de sus nietos. Insistentemente pedía: - carne, carne , carne. A su corta edad, era la única palabra que
sabía decir. Cuando acabó y después de tomar un té con poco azúcar, Jadiyetu soltó un eructo largo y sonoro. Se volvió a colocar encima del bulto de
mantas que estaba a su alrededor. Safía la cubrió con una sábana limpia. De
inmediato se quedó dormida.
Dos horas más tarde, las mujeres que se habían marchado a
sus respectivas jaimas, estaban de nuevo alrededor de Jadiyetu
–Lo sabía, pedir un desayuno de noche, era tan sólo la
mejoría de la muerte –dijo la hermana mayor de Jadiyetu.
–La enterramos esa misma noche. Protegida por nuestro valor,
nuestra unión ante cualquier desgracia y por Allah que quiso que ella fuera a
su encuentro satisfecha en una noche de luna llena –terminó Safía contando a su
nieta mayor que ahora tiene 10 años.
Madrid, 27 enero 2018
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