Lehdía Mohamed Dafa
Si en la parte I de la reflexión a cuenta del aniversario del Acuerdo Tripartito de Madrid apuntaba a la conveniencia de enfriar el resentimiento y moderar nuestra posición política, en esta quisiera abordar la apuesta por el “poder blando” y el diseño de nuevas iniciativas estratégicas
No descubro nada si digo que somos un pueblo pequeño en habitantes, privado de nuestro territorio y recursos. Nuestro orgullo, mal que nos pese, no parece ser una fuerza suficiente para lograr nuestros objetivos soberanistas. No creo que sea necesario a estas alturas aportar ideas o argumentos de que nuestra victoria, hoy o mañana, no será militar.
En mi opinión en la situación actual del conflicto nos conviene renunciar lo antes posible a cualquier tipo de amenaza belicista, (como las periódicas declaraciones de “los jóvenes amenazan con reanudar las hostilidades” aireadas por los dirigentes del Polisario) y postularnos como un pueblo pacífico que renuncia definitivamente al recurso de las armas como medio para conseguir sus objetivos, y que está firmemente comprometido con la paz y la seguridad regional.
El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa. Hoy los gobiernos en competencia o conflicto utilizan nuevos instrumentos y estrategias para ejercer una influencia decisiva. El conjunto de algunas de estas se engloban bajo lo que se denomina “soft power”. Se trataría, por ejemplo, en nuestro caso, de cambiar nuestro rol, pasar de victimas que reclaman ayuda por la injusticia cometida a socios fiables y solventes de iniciativas y proyectos para ampliar las libertades, la democracia y buen gobierno, y el desarrollo económico y social.
La sociedad saharaui tiene que convertirse en un modelo de referencia regional y continental en lo tocante al respeto de los derechos humanos, la igualdad de la mujer, la tolerancia religiosa, al fortalecimiento y cohesión de la sociedad civil y a la honestidad y transparencia en los asuntos públicos. Solo así estaremos en condiciones de crear un conjunto de relatos creíbles, que hagan conveniente y deseable nuestra presencia en cualquier foro, programa o agencia internacional, y que se cuente con nosotros para cualquier iniciativa tanto regional, como en actuaciones transversales para avanzar en la construcción de la paz, la seguridad, los derechos de la mujer y la infancia, el desarrollo sostenible, etc.
Los saharauis que residimos en España tenemos una posición privilegiada para llevar estos relatos e iniciativas al conjunto de instituciones y organizaciones políticas y sociales poniendo el acento en los valores compartidos y en la necesidad de intervenir ante las amenazas a las que todos estamos sometidos en un mundo global. El trabajo conjunto, independientemente de los resultados, tendrá ventajas colaterales como son: el mejor conocimiento y comprensión a las distintas posiciones, la confianza mutua y el fortalecimiento de lazos amistad e interés.
Nos hemos eternizado reivindicando el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas para la celebración de un referéndum de autodeterminación. No podemos estar tocando eternamente la misma melodía. Cada año que pasa, el conflicto saharaui está más postergado en las agendas y foros internacionales. La idea de que éste es un conflicto sin solución es la más extendida entre los gobiernos y la opinión pública internacional. En esta situación deberíamos poner encima de la mesa nuevas iniciativas y estrategias que nos permitan no solo recuperar actualidad y protagonismo sino que contribuyan a desbloquear la situación y sobre todo a avanzar en la mejora de las condiciones de vida de los saharauis. En última instancia, estas iniciativas podrían estar orientadas a la consecución de cuatro tipos de bienes: ampliar el derecho de tránsito y residencia de los saharauis tanto en los países limítrofes como en España, convenios para la creación de puestos de trabajo dentro y fuera de los campamentos, empoderamiento de las mujeres e igualdad jurídica plena y cobertura de atenciones básicas a la población dependiente debido a la situación de refugio prolongado.
Aunque los Estados nación siguen siendo la matriz de la organización política, desde el pasado siglo, mediante la firma de convenios y tratados, se han ido creando nuevos espacios de cooperación e intercambio de servicios, y hasta de soberanía compartida en determinadas materias. Es una lástima que España solo vea en su frontera sur una fuente de problemas: inmigración ilegal, integridad territorial, terrorismo islamista, conflicto del Sahara, abastecimiento energético, licencias de pesca, etc., y que en mi opinión vaya a remolque de los acontecimientos sin considerar las oportunidades; renunciando a formular un plan ambicioso que pueda capitanear con el respaldo de la Unión Europea. Los saharauis, como es lógico, tampoco estamos en condiciones de ser los artífices de proyectos regionales, aunque si los principales interesados en que estos puedan impulsarse. La extensa franja litoral sahariano-mauritana junto a las I. Canarias pueden tener intereses compartidos de futuros desarrollos en base a dos de sus fortalezas: el turismo y la pesca. Hoy el conflicto del Sahara está bloqueando un desarrollo económico y de infraestructuras del que la población saharaui, entre otros, podría ser una gran beneficiaria. No se puede tener la estrechez de miras de seguir discutiendo un solo punto de orden del día en una negociación imposible con Marruecos. Los otros países, España, Argelia, Mauritania y hasta Portugal podrían estar interesados en pasar de ser meros observadores a actores y socios partícipes, si se incorporasen a los análisis y reuniones nuevos proyectos estratégicos para el desarrollo de la región. Pero me temo, nunca mejor dicho en este caso, que esto es como predicar en el desierto.
Los gobiernos, empezando por España, están más pendientes de sus problemas internos que de afrontar con ambición este tipo de iniciativas, aunque a ninguno se le escape la importancia estratégica de la zona dado el carácter fronterizo y las diferencias de renta y creencias.
Mientras tanto, los próximos años seguiremos manifestándonos contra el Acuerdo Tripartito de Madrid y, con razón pero sin resultados, culpabilizando a Marruecos y responsabilizando a España.
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