“A partir de hoy, esta será vuestra fecha de nacimiento, la
tenéis que memorizar”, nos dijo, en aquellos días de espera, uno de los
encargados de organizar nuestro viaje. Era 1986, año del 10 Aniversario de la
proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática. Recién terminada la
primaria iba a poder continuar mis estudios en algún país extranjero; el
accidente del destino más decisivo de mi vida.
Estuvimos 15 días concentrados en el colegio interno 9 de
junio, con “sesiones de preparación”, sin saber ni nosotros ni nuestras
familias, cuál sería el destino que el Frente Polisario, nos tenía preparado. Había
suficiente confianza en lo que haría el Frente con nosotros, y como que sus órdenes
iban a misa, querida amiga, memoricé el 22 de noviembre como el día en el que oficialmente vine al mundo.
Hoy cumplo un año mas, y estoy agradecida por todas las
felicitaciones y muestras de cariño recibidas. Antes cumplía años en la
intimidad de los seres queridos y con mi indomable espíritu nómada, no me
detenía a pensar cuántos eran en realidad, sin embargo, estos últimos años y
debido a que Facebook- siempre hay un culpable- se ha encargado de recordármelo
no solo a mí, sino también a mis “amigos” cuyas felicitaciones recibo cada día desde
hace más de una semana, me ha hecho pensar, oh ¡Dios mío! ya son muchos, pero……
no son los años que tengo. No sé si serán más o serán menos, pero seguro que no
son estos los que tengo. Así año tras año, la misma historia, y… ya estoy acostumbrada?...
Creo que sí, sin embargo, siento un halo de tristeza al
pensar que la fecha del 22 de noviembre me la han prestado, no es mía, como
casi todo lo que tenemos hoy los saharauis. Sólo tenemos lo que no es nuestro.
Añoramos la patria que no tenemos; hemos
hecho la historia que no escribimos; nuestra identidad y hasta nuestras vidas forzadas, artificiales, provisionales, tampoco ya las guiamos. Pero bueno, no quisiera
seguir por la pendiente de lo que no tengo o he perdido, ahora me dispongo a
contarte alguna historia sobre la fecha de mi cumpleaños, que aunque sea unos
simples números, por lo menos si tengo.
Como pasa con la mayoría de los saharauis, al menos los que
somos de origen nómada, y como en los viajes, en la vida conviene llevar sólo lo
imprescindible. Y parece que una fecha de nacimiento pesa como una losa en la
vida de un nómada, por eso, no era importante hacerse con ella ¿registrarla?
¿dónde? ¿para qué? Asi vivieron generaciones de saharauis sin nada más que lo
identificase en la vida que un nombre y apellidos.
Pero llegó el monstruo de la guerra y nuestra “apacible vida” dio un vuelco
inesperado. Nuestro destino de nómadas ignorantes, pero pragmáticos frente a la
crueldad y las imposiciones del desierto naufragó. Ahora en nuestro diccionario
se han incorporado términos desconocidos hasta entonces para la mayoría de
nosotros. Frontera, límites, documento nacional de identidad, y con todo ello
perdimos la “libertad” que nos hacía creernos los amos absolutos del desierto.
Acabamos enjaulados en esas grandes urbes que son los campamentos de refugiados
en esa tierra hostil y encantada que es
la Hamada argelina.
Recuerdo en mi temprana infancia en los primeros años en
los campamentos, los acalorados debates entre las mujeres de mi familia cuando
querían saber los años que tenía alguno de nosotros. Siempre discutían las
mismas, mis tías y la mayor de mis primas que tiene la edad de mi madre, y que decían tenía muy “buena memoria”,
uno se podía fiar un poco más en lo que ella sentenciaba.
Cada vez que se producía algún percance entre alguno de
nosotros con el primo de turno (éramos una docena) mis tías tenían el pretexto
perfecto para empezar la charla. Cada una se inventaba la fecha que mejor la
convenía y nunca jamás se ponían de acuerdo. Aquellas discusiones solían ser
terreno exclusivo de las mujeres. En parte porque apenas había hombres en los
Campamentos -todos, salvo los ancianos, estaban en el frente- y luego ¿quién
mejor que ellas para recordar un embarazo o un parto? Eran tantas las cábalas,
y las historias que contaban para dar con una fecha, que luego era imposible
ponerse de acuerdo cuando se preguntaban donde habías nacido y en qué fecha.
Uno de aquellos días,
mi hermano mayor militar que estaba de permiso participó por primera vez en una
de aquellas reuniones que se prolongaban más allá del cuarto té. (Ya se sabe, la
ceremonia del “té saharaui”, las tres rondas: amargo, el primero, como la vida,
dulce, el segundo, como el amor y suave, el tercero, como la muerte). Si había
suficiente azúcar, una buena reserva de té y los ánimos no estaban secuestrados
por alguna desgracia, como las frecuentes noticias de la muerte de algún hombre
en el frente, también se hacía el cuarto té. Era el del abuelo. La versión que
se contaba mi abuela que no tenía pelos en la lengua, es que éste es en honor a
Sidahmed Ergueibi, el ancestro de las tribus de Ergueibat, que a su vez se conforma
en varias fracciones. Pero esto no se podía mencionar, al menos en voz alta,
porque sería declarado como un acto de enaltecimiento del tribalismo que el
Polisario había abolido por decreto…"Menudas reglas decía la misma abuela,
imponer a uno que se avergüence de sus
antepasados".
Una de mis tías mantenía, sin la menor duda, que yo había nacido
en la sagrada ciudad de Smara; la otra hablaba del año de la mudanza
que hicieron a lomo de burros porque los camellos estaban tan delgados por la
sequía, que no aguantaban ni medio kilo encima; la otra decía todo lo
contrario, o sea que nací el año en que había llovido una barbaridad,
engordaron los camellos y había leche para tirar; otra juraba por la vida de su
hijo mayor (“que no sé si volverá la próxima vez del frente” decía siempre) que
había sido dos años después de la manifestación de Zemla (1970); Y para remate, mi
hermano dice que había nacido en un valle que estaba florido aquel año en
Mauritania muy al norte, y que de hecho mi nombre me lo pusieron en honor a una
amiga de la familia que es mauritana. Lo dijo con tal convicción y seguridad
que causó rabia y enojo en todas, y hasta algo de indignación en mi tía mayor,
que a pesar de sus terribles ataques de migraña que la hacen olvidar las cosas con facilidad, decía: “nadie me va a quitar
de la cabeza que esta niña nació cerca de El Aaiún el año que yo viajé a
Canarias”, donde estuvo unos meses disfrutando al principio, pero se volvió con
cierto shock al contemplar, según decía, un día a un hombre nasarani
(extranjero en la jerga saharaui, español en este caso), haciendo cosas
indecentes con un perro detrás de un barranco. ¿Qué año fueron todos estos?
Dios sabrá.
A pesar de los disparatados veredictos de mis tías, que
igual que te quitaba te ponían años cada vez que discutían este tema, había un
paréntesis que aliviaba un poco esta pesadilla. Empezamos finalmente a oír
fechas concretas, y no el año en que los camellos estaban no se como o el año
en el que comíamos hasta langostas por la hambruna. Fue cuando llegué al
colegio como interna con 7 años. Aquí te asignaban una fecha de nacimiento, que
bueno, no estaba nada mal, te duraba todo el curso escolar. Finalizado el
curso, una vez más, tu fecha de nacimiento se diluía en el limbo del largo y
caluroso verano. Y entonces otra vez más mis tías volvían sobre el asunto, reunidas en torno al té al tiempo que hacían balance
del estado en que habíamos vuelto ese año del colegio, sobre todo el estado nutricional de las niñas. Una de mis tías, que
en paz descanse, tenía muy claro que los “varones son mejores y superiores a
las niñas” y sólo pensaba en casar a sus hijos cuando volvieran del frente. Siempre
decía algo así, como: “que su encuentro con el Allah, los pille confesados si
llegaran a morir en alguna batalla, un hombre no puede morir soltero”. Con tal de casarlos, ponía cuantos años le
convenían a las niñas y las recomendaba engordar y "prepararse para la vida" nos
decía. Era su obsesión de día y su cuento de noche…Era simpática y una
cuentacuentos extraordinaria.
Así y todo me fui a estudiar a ese país lejano (Cuba) con mi fecha
de nacimiento bajo el brazo y desde entonces no me la han vuelto a cambiar…uff,
qué alivio. Durante aquellos años de secundaria y bachiller en el internado, sólo un par de niñas
de mi colegio celebraban su cumpleaños. Nos tenían convencidos a todos de que
su fecha es auténtica. Nadie lo discutía porque eran hijas de altos cargos del
Frente Polisario, con lo cual eran gente culta con capacidad para acordarse y sobre todo
darle importancia al tema en cuestión.
Muchos años más tarde vuelvo a tropezar con el tema de las
fechas. Fue al devolverme el juez la nacionalidad española. En el libro de
familia español figuraba otra fecha distinta. Ese día, le dije señor juez, si
no le importa me quedo con mi fecha actual y mis apellidos. Ha sido comprensivo
y generoso y sin ponerme traba alguna entendió la angustia que reflejaban mis
palabras…
Hoy cumplo un año más sin saber cuántos en realidad y ¿me
pregunto si los saharauis hemos cambiado al cabo de los años? En nuestros
campamentos hay partidas de nacimiento sin registro y que normalmente terminan
en cualquier lado, menos en un archivo.. De mis tías solo queda una. Las demás
descansan en paz al igual que mi madre, pero los ecos de sus acaloradas charlas
descifrando nuestras fechas y lugares de nacimiento y sus conversaciones,
perduran y se reproducen en todas las jaimas saharauis día tras día: fulanito
nació el año de la Huida, menganito el de la batalla de Guelta, Hurría el de las
primeras inundaciones en los
Campamentos, que casi nos llevan a todos por delante, Mohamito el año de la
Guerra del Golfo y Fátima el del alto el fuego, “no, fue el de los baúles del
retorno” y un largo etcétera.
“Qué más da, con o sin fechas concretas de nacimiento” dijo
mi abuela, que nunca participaba en estas conversaciones, “para qué seguís
contando los años y fijando las edades, si el exilio nos consume día tras día y la
vuelta a nuestra tierra sigue siendo un sueño, que se esta convirtiendo en
letargo. Enterradme, aunque sea en la frontera, si no puede ser en mi Smara
natal, pero fuera de este infierno refiriéndose a la Hamada y como que tampoco
tengo fecha de nacimiento, no me pongáis fecha de defunción ” Fue su último
deseo.
No pudo ser. Está enterrada en un lugar perdido de la cruel
Hamada, su lápida la ha borrado el siroco, el sol y los años y sin que nadie supiese
jamás cuántos años habría vivido.
Al final del todo querida amiga, es un privilegio y una
enorme felicidad muy particular para mí, seguir simplemente cumpliendo años…
Lehdia M. Dafa
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