La
salida precipitada de España del Sáhara Occidental abandonando a la población
saharaui, dejándola a merced de la invasión marroquí y mauritana, impidió la
realización de un referéndum de autodeterminación, propuesto por Naciones Unidas en
1975 para la descolonización del territorio. La población saharaui, guiada y
protegida por el Frente Polisario, se vió obligada a refugiarse en los
campamentos de Tinduf (Argelia). La guerra con Marruecos y Mauritania había
comenzado.
En los primeros años, con los hombres en el frente de batalla, la organización de la vida en los campamentos de refugiados corrió a cargo de las mujeres, que tuvieron que desempeñar nuevos roles completamente ajenos a sus tradiciones, como el de maestras, policías, sanitarias, administrativas, horticultoras, embajadoras, etc…
El Frente Polisario, siguiendo el modelo de otros los movimientos de liberación nacional de África y el Mundo Árabe, replicó la estructura y funcionamiento de este tipo de organizaciones. Así, y además de la proclamación de un Estado, la RASD, creó la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS) como organización de masas, correa de transmisión y parte de la estructura política del movimiento. La creación de ésta organización desde el Estado y no como fruto de las reivindicaciones y la lucha de las mujeres, como había ocurrido en otros países árabes, respondía así a un intento de articulación e integración del activismo político de las mujeres que empezaron a militar en las filas del Frente Polisario desde sus inicios. Pero, como no podía ser de otra manera, esto ha derivado en una instrumentalización desde las instancias oficiales de las políticas de género y en la proyección de una imagen pseudoprogresista y pseudofeminista de la sociedad saharaui, conveniente para recabar el apoyo de los partidos y organizaciones de izquierda en el plano internacional, que han demostrado ser los principales simpatizantes de la causa saharaui.
El incipiente Estado concedió a
la mujer el derecho al voto y favoreció el acceso a la educación secundaria y superior,
incluso en el extranjero, así como el trabajo fuera de la jaima en las instituciones públicas. Lo cual, sin duda, representó
un avance trascendental en la valoración de la mujer y su empoderamiento.
Al
amparo de esa ferviente militancia nacionalista, promovida y protegida por el Estado,
las mujeres pudieron incluso transgredir ciertas normas sociales, como por
ejemplo, en la vestimenta en la que se llegó a adoptar la estética de la
revolución: el uniforme verde oliva, ¡con pantalones!, un hito de modernidad; así
como el abandono de ciertas costumbres y usos tradicionales, algo impensable en
una sociedad como la saharaui, musulmana y fuertemente conservadora, que la España colonial no había sido capaz de
integrar. Al
final, con todo, se ha logrado proyectar una imagen idealizada de la mujer
saharaui, como una de las mujeres mas liberadas dentro del mundo árabe, tanto de
las ataduras religiosas, como de las de la sociedad patriarcal. Una imagen que
ya forma parte del "paisaje sonoro" de la solidaridad con el pueblo saharaui; repetido, sin salirse del guión, por cualquiera de las delegaciones de mujeres saharauis
en sus permanentes giras en busca de apoyos, que llegan incluso a declararse
feministas, desde una cierta frivolidad e inconsciencia del calado que esto
representa.
Si
nos atenemos a una de las definiciones mas sencillas del feminismo, la de
Rosalind Delmar, “ser feminista implica un reconocimiento de la discriminación
femenina en razón del sexo, así como que la satisfacción de las necesidades
específicas femeninas y la solución de su problemática, también
específica, pasa por un cambio radical en lo social y político”. Pues bien, puede considerarse que
en el caso de las mujeres saharauis no
ha emergido todavía una verdadera conciencia ni reivindicación que pueda catalogarse
con propiedad de feminista. En
muchos de los países árabes, a diferencia del feminismo occidental laico, las
mujeres han demandado sus derechos simultáneamente a la lucha anticolonialista
o por la mejora de las condiciones de vida. En Egipto, por ejemplo, el
feminismo en su encuentro con la lucha nacionalista, durante la época colonial,
pudo sacar a la luz las formas de opresión patriarcal autóctonas, además de las
provocadas por el colonialismo. En cambio el activismo político de las mujeres saharauis
está centrado exclusivamente en la lucha por la liberación nacional. Así, las
mujeres saharauis, en estos últimos veinte años, han aceptado, sin mas, la pobre
base legislativa existente. El artículo 41 de la Constitución de la RASD es el
único que trata específicamente la promoción y el reconocimiento del papel de
la mujer, y dice: “El Estado persigue la
promoción de la mujer y su participación política, social y cultural en la
construcción de la sociedad y el desarrollo del país”. Una exigua legislación, que interesa al Estado saharaui para no distraer o dispersar la lucha por el
objetivo principal. La aceptación de esta mínima base legal, inconscientemente,
ha reforzado el inmovilismo legislativo latente y legitimado la
estrategia nacional de postergar cualquier intento de lograr una mínima equidad
de género, o el reconocimiento de derechos fundamentales, hasta lograr la independencia.
Esta
situación, está representando una verdadera dicotomía para muchas mujeres entre
su papel como activistas por la causa nacional y como ciudadanas, cuyos derechos
civiles, sociales y económicos no ocupan ningún espacio en la agenda política
de las instituciones saharauis.
En
paralelo, estamos asistiendo a un grave retroceso en la situación concreta
de las mujeres en las últimas décadas. Y son varios los factores que han favorecido este retroceso. El
más importante es consecuencia del alto “alto el fuego” (1991), que ha provocado que los hombres “ociosos”
en el frente, empezaran a pasar largas estancias en los campamentos, desplazando
a las mujeres de muchos de los puestos de trabajo y responsabilidad, que habían ocupado durante los años que duró la guerra. El “alto
el fuego” ha implicado también la vuelta de los hombres al control directo sobre
las familias y por ende sobre las mujeres. Otro
factor ha sido la vuelta masiva, a principios de los noventa, de los estudiantes
que habían acabado su formación en países extranjeros como Cuba (los “cubarauis”). Después de estancias
muy largas en la isla, durante las cuales habían sufrido una profunda
transculturación, vuelve a los campamentos una nueva mujer “más liberada”, pero “libertina”
y “mala influencia” en la mentalidad de la sociedad saharaui.
Llegado
este punto, no olvidemos que en la sociedad saharaui como en todas las arabo-musulmanas, la ideología popular ve a las mujeres como seres esencialmente sexuales, sobre
las cuales recae el honor de la familia y del clan. Y además, cualquier intento
de renovación o cuestionamiento de las costumbres y tradiciones representa un desafío y
un ataque hacia la cultura, la moral y hasta una blasfemia contra la religión,
que al fin y al cabo sigue rigiendo los cimientos de la sociedad saharaui y su
Estado.
Los factores anteriormente mencionados se han visto agravados por el creciente desafecto político a "la causa nacional", que ha provocado una pérdida de motivación de los saharauis por el trabajo comunitario y la vuelta de la mayoría de las mujeres a la reclusión doméstica; que se hace mas llevadera con la anestesia de los preceptos religiosos y el peso de la tradición. Todo ello, ha sido el caldo de cultivo que ha servido para reinstaurar los nuevos/viejos mecanismos de control patriarcal.
Si
bien hay que reconocer al F. Polisario, dicho con admiración y respeto por sus fundadores, el intento histórico de integración de las mujeres en todos los
niveles de la vida en los Campamentos, al final ha sido la fuerza telúrica de
unas estructuras de poder patriarcal, las que a través del Estado, la RASD,
siguen tratando de legitimar, cuando no ocultar, las marcadas desigualdades de
género. Y es la “mano negra”, que siempre está detrás, la que controla y dirige una supuesta “emancipación”, que resulta poco mas que mera cosmética.
La situación actual de las mujeres saharauis en los Campamentos de refugiados exige un análisis profundo, que eluda su instrumentación política, y el superficial e infundado discurso propagandístico con tintes de progresismo y modernidad divulgado a lo largo de estos años. Es urgente reflexionar, desde una perspectiva de género, para crear y desarrollar un verdadero movimiento feminista, autónomo, que lidere la lucha de la mujer por la igualdad de derechos y por su plena incorporación, en libertad, a la vida social y política. Esta sensibilización y lucha en ningún caso debe seguir supeditándose y postergándose a la consecución de la independencia nacional.
Lehdía Mohamed Dafa
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