En aquel colegio
internado, de educación primaria, que sigue ocupando un rincón especial en la
nostalgia de lo mejor de nuestras vidas, teníamos asignaturas muy curiosas. Estaba,
por ejemplo, Educación Islámica, en la que nos esforzábamos por memorizar el Corán;
o Educación Nacional, en la que se nos inculcaban los valores del Frente Polisario,
los símbolos nacionales, etc….; Almahfudat,
que consistía en memorizar poesía, versos para alimentar nuestra alma nómada y
soñadora; y también nos enseñaban Historia del Sahara.
Mi maestro decía que el
pueblo saharaui se caracterizaba por su hospitalidad, valentía y honor, pero
sobre todo por su unidad. Y a pesar de que los saharauis eran un conglomerado de
tribus heterogéneas, con distintas ocupaciones para su supervivencia, nos decía
que todas estaban representadas en el “Majlis
Ait Al Arbain”, o “Consejo de los Cuarenta”. Un Consejo mítico, que hoy
sigue siendo objeto de controversia, tanto en la literatura como en el
imaginario popular. Sin embargo, sí hay un relato común sobre la necesidad, establecida,
de acuerdos unánimes entre todas las tribus para aquellos asuntos que afectaban
al conjunto de los saharauis.
España en su época colonial
instrumentalizó a las organizaciones tribales como intermediarios en su
política indigenista, tanto para resolver como para crear conflictos. Las tribus
estuvieron “representadas” primero en la Yamaa
(en árabe “grupo” o “agrupación”)
y al final de la colonización, en un arrebato de modernidad, y sobre todo para restar el apoyo creciente de la población al Frente Polisario, en el Partido de Unión Nacional Saharaui (PUNS). Un partido organizado y teledirigido, con no pocas complicidades, desde la metrópoli.
y al final de la colonización, en un arrebato de modernidad, y sobre todo para restar el apoyo creciente de la población al Frente Polisario, en el Partido de Unión Nacional Saharaui (PUNS). Un partido organizado y teledirigido, con no pocas complicidades, desde la metrópoli.
Sin embargo, a ojos
de los jóvenes fundadores del Frente Polisario, ninguna de estas estructuras
político-tribales representaba la necesaria y auténtica unidad de los saharauis
como nación, para afrontar la nueva etapa de la postcolonización, que ya se
vislumbraba a finales de los años sesenta.
Luali, convertido en
líder del movimiento anticolonial saharaui, proclama su fe en la posibilidad de
la Unión Nacional. Convoca a todos los saharauis a unir fuerzas y enterrar el
tribalismo como factor de división y obstáculo histórico en la construcción de
un Estado saharaui y una sociedad de nuevo cuño en el Sahara Occidental, basada
en los principios del socialismo de la época, en el que el interés del
colectivo y de la nación debía primar por encima del individual o tribal.
Así el tribalismo, junto
a la esclavitud, pasó a catalogarse como uno de los ”pecados mayores” (jarima
sauda) en el código ideológico de la joven revolución. Y si bien nunca se
ha dictado decreto oficial alguno para abolir estos dos fenómenos, sí es cierto
que quienes los practicaron o enaltecieron fueron acusados y condenados al
aislamiento o la estigmatización por la mayor parte de la sociedad.
Por desgracia, tan
sólo trece años después de aquel histórico 12 de octubre de 1975, el efecto del
hechizo, que había convertido a una ancestral sociedad tribal en una gran
hermandad nacional, empezó a diluirse. El liderazgo de la dirección del F.
Polisario se debilitaba por las divisiones internas; en unos casos por abusos
de poder, en otros por permanentes demandas de mayores cuotas de representación.
La solución, cómoda pero de trascendentales efectos como veremos, se encontró
recurriendo a un nuevo enfoque del tribalismo, que aunque proscrito permanecía
latente. Este nuevo enfoque es lo que podría denominarse “tribalismo político”,
que ya sin ataduras, irrumpe con una virulencia desconocida hasta entonces.
El nuevo régimen de
“tribalismo político” va a exigir permanentes equilibrios de poder y de representación
entre las distintas tribus y fracciones e irá generando una dinámica de crispación
en la sociedad saharaui, que amenaza constantemente la convivencia e impide la
construcción de un Estado democrático, garante de derechos y libertades, y sometido
al imperio de la ley.
* * *
El “tribalismo político”
responde a unas lógicas de intereses materiales, en las cuales las élites políticas
se convierten en equipos tribales extractivos, que actúan en detrimento de una
distribución equitativa de los pocos o muchos recursos y de una gestión eficaz
de unos servicios públicos básicos.
Por otro lado el “tribalismo
político” se manifiesta como una ideología de exclusión y hasta odio hacia “el
otro”, en base a una supuesta superioridad de la tribu propia sobre las demás. Superioridad
que otorga la “legitimidad”, en el ejercicio del poder, para actuar en
beneficio propio o de la tribu, por encima del interés general e incluso al
margen de la ley. Convirtiéndose así en
un método generalizado y eficaz de movilización y manipulación de los miembros
de las tribus dispuestos a obedecer “ciegamente” a la élite, y que ven, llegado
el caso, en cada miembro de otra tribu, a un adversario o competidor.
El investigador
congolés Jean Calude Beri, en un artículo titulado “el cinismo del tribalismo
político”, habla del culto obsesivo a la tribu y su manipulación cada vez que
hace falta. El “tribalismo político” se acaba infiltrando en todos los niveles
de las instituciones y escenas de la vida política, dejado relegadas a un
segundo plano las funciones básicas del Estado, que puede quedar como un zombi,
que ha perdido el impulso vital de los valores e ideales que constituyeron la
unidad en torno al proyecto de construcción nacional.
Pero, y a pesar de
todo, no creemos que el tribalismo en general (no nos referimos obviamente al político,
ya criticado), se deba condenar de forma absoluta. Sería miope no ver algunos aspectos
positivos que comporta. El tribalismo es una mera extensión de la familia y
como ésta establece entre sus miembros unos sólidos lazos de afectos, ayuda mutua
y solidaridad. Lazos de supervivencia, cuando el entorno es hostil y el Estado
débil y carente de recursos. El tribalismo contribuye, como la familia, a un
cierto grado de cohesión social. Y por último caracteriza una identidad
inevitable de partida, antídoto de la anomia, que con la rebeldía necesaria
podemos ir reconfigurando a lo largo de nuestra vida.
* * *
En el caso saharaui, el "tribalismo político" intenta mantener unida a la sociedad en base a los equilibrios
tribales. Equilibrios que comportan un permanente y rotativo reparto del poder
político, de la gestión de los asuntos públicos y de los privilegios e
influencias, que se mantienen y actualizan, desde el alto el fuego, congreso a
congreso, hasta el presente. El “tribalismo político” ha contribuido a exacerbar
progresivamente la conciencia tribal de los saharauis; que ha acabado desembocado
en la promoción de la mediocridad, la generalización del cinismo como práctica
política, y un nivel preocupante, sin precedentes en la historia saharaui, de
nepotismo y clientelismo.
Puede que las élites saharauis
se sientan todavía hoy cómodas en este maremágnum de incertidumbres y división
interna, pero, “aviso a navegantes”, la opinión pública saharaui, con este
asunto del “tribalismo político”, está indignada a todos los niveles. Recientemente
un saharaui escribía en internet “El colonialismo nos dejaba elegir los
representantes de las tribus, ahora no ocurre así, son nuestros dirigentes
quienes imponen para los cargos a quienes son más favorables a sus intereses”.
En el camino de estos
39 años, el régimen de “tribalismo político” ha sido nefasto, debilitando nuestra
moral y fracturando nuestra unidad. Sin
embargo, extramuros de este régimen, sigue vivo el sueño de muchos saharauis de
convivir en paz, libertad e igualdad, en derechos y deberes, en su tierra. Por
respeto a este sueño y por todos los que de una u otra forma siguen depositando
su confianza en la actual élite, apelamos, en un día como este, a una reflexión
colectiva y a un diálogo nacional serio y constructivo, con la voluntad de reconciliación
como única premisa.
Dejemos en la cuneta
de la historia tanta crispación, tanta mediocridad y tanta ignorancia.
Lehdía Mohamed Dafa
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