“Los
refugiados son personas como todas las demás. Como tú y como yo” reza un cartel de ACNUR en francés, junto a otros tantos de
distintas ONGs e instituciones internacionales en español e inglés, ninguno en
árabe, pegados sobre un contenedor de basura, al lado de un edificio oficial en
mi wilaya.
Los campamentos de refugiados saharauis no son mi tierra,
pero vuelvo a ellos una y otra vez desde hace muchos años... Las visitas me provocan
todo tipo de sentimientos: alegría por encontrarme con la familia y también una
profunda tristeza e indignación porque ellos siguen ahí, y todos sus sueños y
anhelos de ser hombres y mujeres libres, de ser dueños de su destino, “como tú
y como yo”, también siguen, enterrados, allí.
La vida de los saharauis en el refugio de los campamentos es
una lucha diaria de supervivencia, y es una lucha desesperada contra el olvido,
que como una enfermedad lenta y silente va minando la esperanza y aniquilando
cualquier atisbo de perspectiva de futuro. Y a pesar de ello, se puede decir
que en ciertos aspectos la vida ha mejorado en estos últimos años. La gran mayoría
de los hombres trabajan duro para sacar adelante a sus familias. Muchos lo
hacen en jornadas de más de 12 horas, los siete días de la semana. Sus pieles
curtidas por el sol y sus manos hipertrofiadas por el trabajo son la huella del
tiempo y el sordo lamento contra la dependencia de la “ayuda humanitaria”.
La pujanza de la actividad laboral y económica
privada de estos últimos años ve mermados sus frutos por la creciente e
incontrolable carestía de la vida en general. El té (sólo té verde chino), que es
el ensalmo de la vida social y gesto obligado en el lenguaje de la hospitalidad
saharaui, es importado; cocido con carbón vegetal y con agua dulce especial,
que hay que comprar. La carne de camello, pilar de la cocina saharaui, ha
triplicado su precio en los último diez años.
El gas que se reparte gratuitamente apenas cubre para diez días del mes.
Hay que comprar arroz, pasta, atún enlatado, fruta, verdura, leche, etc... Excepto
la harina, y el aceite en ocasiones, todo hay que comprarlo a mediados de mes.
Una generación “nini” (jóvenes que ni estudian ni trabajan como se dice en
España) deambula por las wilayas a
ninguna parte. Los estudios y las carreras universitarias, que tanto sacrificio
costaron, han decepcionado a muchos: “no sirven para nada, son una pérdida de tiempo”, me ha dicho mas de
uno. “Los trabajos en la administración del Estado están reservados para unos
pocos privilegiados, y eso si tienes algún “primo” (léase otro miembro de la
misma tribu) en algún cargo importante, porque el único mérito que cualquier
ministro o director tienen en cuenta a la hora de concederte un empleo es que
seas de su tribu”. “Yo, sin estudios, gano más dinero trabajando en un taller
de coches que cualquier médico, que trabaja toda la semana y sin vacaciones ”, dice
otro.
Muchos jóvenes que no encuentran salida en las precarias
tareas de la administración del Polisario y tampoco logran salir adelante por
su cuenta, han encontrado consuelo a su desesperación y falta de futuro en la
religión. Ya hay mezquitas en todas partes. Algunas las ha construido la RASD a
petición de la gente y otras han sido financiadas por no se sabe quién, de
forma imprecisa sale el nombre de Arabia Saudí en las conversaciones…. Las
corrientes religiosas más variopintas (por supuesto dentro del Islam) se
multiplican día tras día. Las madrasas (escuelas coránicas) pertenecientes
a las mezquitas tienen muchos adeptos entre los cuales también hay niñas y mujeres
jóvenes, que usan todo tipo de velos, totalmente ajenos a la cultura tradicional
saharaui, que históricamente, hasta ahora, no ha conocido otro que la melhfa. Los ulemas tradicionales se
sienten “acosados” por esta nueva forma de practicar el Islam. Hay un
enfrentamiento importante y sin precedentes en la historia de los saharauis
entre los viejos que han practicado un Islam moderado y libre, sin mezquitas ni madrasas, y estos jóvenes, muchos de ellos afiliados a las versiones
más rigoristas y dogmáticas del Islam, que intentan imponer su autoridad
desacreditando el sistema tradicional. Algunos viejos con los he conversado atribuyen
este auge religioso al ocio obligado que sufren los jóvenes y su necesidad de
gozar de una cierta autoridad y visibilidad social. “Han estudiado, algunos se
han formado en ciencias islámicas incluso, no quieren sentirse inútiles, sin sitio
en esta nueva sociedad, que tanto ha cambiado. Pero es una pena que usen mal y
tergiversen nuestra religión de esta manera”. La sociedad intenta resistirse y muchas
familias se enfrentan al reto de tener en su seno a estos miembros no muy “deseables”.
Sin embargo, hay una coincidencia general e inconsciente y
es que la mujer sigue siendo el exponente y el espejo donde la sociedad mide la
fuerza de sus valores morales y su grado de cohesión y devoción religiosa; y
por tanto siempre el centro de las polémicas; y su cuerpo y comportamiento el
campo de la eterna batalla entre el bien y el mal.
Y si muchos jóvenes varones, sin perspectiva de futuro, encuentran
en la religión un refugio, las mujeres jóvenes buscan el suyo en constituir una
familia cuanto antes. La mayoría abandonan los estudios a edad muy temprana,
mucho antes que los chicos…. “Casándote, te independizas” me dice una recién
casada de 22 años, “uno de mis hermanos es de los de la mezquita y me estaba
haciendo la vida imposible, peor que mi padre”. “Antes trabajaba en el ayuntamiento de la daira a cambio de 20 euros cada 3 meses,
ahora que me he casado, no me apetece seguir en ese rollo, ¿para qué? si los
jefes al final se lo llevan todo”.
“Aquí, la política es un mercado, que levanta pasiones y sobre todo
ambiciones” me dice otra. ”Los cargos administrativos, desde los de menor
relevancia como el de jefe de grupo en el barrio, hasta el de alcalde de la daira, son los más golosos de los cargos
electos. Entonces si sale alguien de tu
tribu, puedes conseguir un empleo o curso o algo así, pero si no, mejor
quedarte en tu jaima y al menos hacer
tu labor de ama de casa en condiciones”, añade otra.
Otro aspecto llamativo en la vida de los refugiados es el
alarmante deterioro del sistema sanitario en general y en especial la
degradación e ineficacia de los programas de prevención, que hace años habían
contribuido a mejorar la salud de los refugiados de una manera espectacular. Todo ello,
unido a la falta de atención médica profesional en estos últimos años, ha provocado una vuelta a todo tipo de creencias, supersticiones y miedos a la enfermedad, así como a la práctica de remedios y curaciones, incluida la brujería y la magia negra. La migraña –me dice una vieja– es causada por un espíritu femenino malvado, y “el mal de ojo es responsable de un tercio de los muertos en cualquier cementerio”. Uno de estos remedios, que llama especialmente la atención, es la ruguia. Este remedio, históricamente usado en algunos países musulmanes, pero nunca antes practicado por los saharauis, consiste en una lectura selectiva del Corán para curar aquellas enfermedades, sobre todo las provocadas por la brujería, y que en el imaginario popular suelen estar detrás de la mayoría de las enfermedades mentales, desde una crisis de ansiedad hasta la esquizofrenia, que tanto incide en la población masculina joven; también la infertilidad y los problemas en los negocios…. Este tipo de “curación” la tiene que administrar una persona conocedora del Corán y la especificidad de cada versículo, –ya que no todos valen para todo– que conozca la naturaleza de las enfermedades y la forma de recitar los versículos para espantar a los malos espíritus que habitan el cuerpo de la persona enferma… En mi wilaya un especialista en ruguia realiza gratuitamente este exorcismo público en forma de sesiones abiertas, al aire libre, semanalmente, un lunes para los hombres y otro lunes para las mujeres. He conocido muchas personas que tienen una fé absoluta en la fuerza de este remedio y ahora mismo es uno de los más usados, además de las plantas.
Auscultando a un niño con amuleto
unido a la falta de atención médica profesional en estos últimos años, ha provocado una vuelta a todo tipo de creencias, supersticiones y miedos a la enfermedad, así como a la práctica de remedios y curaciones, incluida la brujería y la magia negra. La migraña –me dice una vieja– es causada por un espíritu femenino malvado, y “el mal de ojo es responsable de un tercio de los muertos en cualquier cementerio”. Uno de estos remedios, que llama especialmente la atención, es la ruguia. Este remedio, históricamente usado en algunos países musulmanes, pero nunca antes practicado por los saharauis, consiste en una lectura selectiva del Corán para curar aquellas enfermedades, sobre todo las provocadas por la brujería, y que en el imaginario popular suelen estar detrás de la mayoría de las enfermedades mentales, desde una crisis de ansiedad hasta la esquizofrenia, que tanto incide en la población masculina joven; también la infertilidad y los problemas en los negocios…. Este tipo de “curación” la tiene que administrar una persona conocedora del Corán y la especificidad de cada versículo, –ya que no todos valen para todo– que conozca la naturaleza de las enfermedades y la forma de recitar los versículos para espantar a los malos espíritus que habitan el cuerpo de la persona enferma… En mi wilaya un especialista en ruguia realiza gratuitamente este exorcismo público en forma de sesiones abiertas, al aire libre, semanalmente, un lunes para los hombres y otro lunes para las mujeres. He conocido muchas personas que tienen una fé absoluta en la fuerza de este remedio y ahora mismo es uno de los más usados, además de las plantas.
Por lo demás, la vida fluye entre la esperanza que anida en
muchos en lo que traerá el mes de abril de este 2015 y la indiferencia y el
desafecto de otros tantos, que sobreviven en la desesperanza en que algo
ocurra.
Lehdía Mohamed Dafa
Febrero 2015
Muy bueno, sobretodo "exorcismo público"
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