miércoles, 15 de marzo de 2023

El juramento sagrado

Por Lehdía Mohamed Dafa 

Sara y Bachir ya lo tienen todo atado y sólo les queda rezar para que esta vez la mala suerte no vuelva a torcer el plan que tantas veces ha fracasado. Él viajará con su padre y dos de sus tíos desde los campamentos de refugiados saharauis en Argelia, y ella lo hará también con su padre y dos familiares cercanos desde El Aaiún ocupado. El punto de encuentro es La Meca. Ninguno de los acompañantes de Sara y Bachir, deben saber nada hasta la hora acordada. 

Aterrizan de noche y se hospedan en diferentes hoteles. La Meca como siempre está abarrotada de peregrinos llegados de todos los confines del mundo. Es una ciudad abierta las 24 horas del día, y nada interrumpe el ritmo cadencioso de las masas de creyentes excepto los cinco rezos del día. 




Después de cumplir con el ritual de la Umra, y un ligero desayuno, Sara y Bachir se han encargado, cada uno por separado, de llevar a los dos grupos al lujoso “Hotel Alhamdulilah” ubicado a pocos metros de la Kaaba. Entran a un amplio salón con cómodos sofás en torno a mesas bajas con bebidas, frutos secos, todo tipo de dátiles y un té saharaui espumoso con hierbabuena. Los invitados son recibidos por Abdelamalek, un mauritano amable, culto y buen musulmán que lleva años afincado en La Meca. Siempre sonriente les da la bienvenida en perfecto hassanía. Cierra la puerta tras de sí y se sienta frente a la bandeja del té. Les sirve una primera ronda y les va presentando como si los conociese de toda la vida. 

Las chispas no tardan en saltar. Sidahmed, jefe de los Jubali, se levantó furioso

— No me voy a sentar con unos asesinos, que durante todos estos años no se han molestado ni siquiera en pedir perdón

— Nosotros tampoco vamos a compartir este honorable lugar con gent… iba a decir gentuza, como ésta —dijo Rachidi, jefe de los Kubeira

— Hermanos, estamos junto a la casa de Dios y hoy que Allah ha hecho posible este encuentro, no removamos un pasado que todos conocemos —dijo Abdelamalek
 
Haciendo caso omiso de sus palabras, los dos grupos se enzarzan en una tensa discusión plagada de reproches en la cual traen a colación un sinfín de episodios de un pasado conflictivo. 

Sin embargo, los clanes Jubali y Kubeira, antes de ser enemigos irreconciliables, fueron amigos fraternos en la mejor sintonía. Nomadearon juntos durante lustros, entablando alianzas comerciales y pactos guerreros para combatir a los enemigos de dentro y fuera del territorio de Saguía el Hamra, en el Sahara Occidental. 



Aquel año, que marcaría el comienzo de su eterno enfrentamiento, había llovido mucho. Habían marcado sus parcelas y sembrado juntos el trigo en los márgenes del rio. Antes de separarse, fijaron una fecha para volver juntos a recoger la cosecha. 

Llegado el día, los Kubeira fueron puntuales e instalaron su campamento muy cerca de las parcelas de trigo. Chej Abas, jefe del clan, contempló los campos feliz y se imaginó la cara que pondrían sus socios. El ansia por empezar a segar le quemaba las manos, pero sabe que su deber es respetar el código ancestral que dicta: que los que siembran juntos, cosechan juntos. Aspiró el aroma que emanaban los trigales y se quedó contemplando las espigas, cuyas cabecitas doradas bailaban con el viento. 

— Alabado sea Allah. Durante al menos un año habrá trigo para todos. Inch Allah  —dijo suspirando. 

Los Kubeira llevaban ya casi un mes esperando. El calor se hacia insoportable. Los víveres y las reservas de agua empezaban a escasear. Y los Jubali no daban señales de vida, y tampoco habían enviado a ningún emisario. 

Abas siente la desesperación y ya no sabe cómo contener a sus hombres que llevan un mes con las hoces preparadas y no paran de murmurar. Y para colmo, el trigo empieza a secarse y a caer al suelo convirtiéndose en alimento de pájaros y hormigas. 

Abas convoca una asamblea, y ante testigos de otros clanes, anuncia a los suyos que a la mañana siguiente empezarán la cosecha. Nada mas salir el sol, los hombres, mujeres y algunos niños se ponen manos a la obra. Hay que recolectar lo máximo posible del preciado cereal.

No había pasado ni media hora, cuando de repente, el cielo, hasta entonces de un azul angelical, empieza a cubrirse con un manto de oscuridad y polvo, envuelto en un ensordecedor ruido que se propaga desde la lejanía. Una sombra gigante cubre rápidamente el valle y un tornado violento surge de repente de las entrañas de la tierra. Al frente de aquella extraña nube un enjambre de millones de langostas aterriza sobre el valle. Detrás de su hervidero, parece vislumbrarse una caravana de cientos de camellos, cabras, ovejas, burros, perros, hombres, mujeres, y niños. Eran los Jubali.

Sorprendidos y acorralados por la plaga y el ruido, los Kubeira salieron corriendo de entre los trigales. Las mujeres abrazando a los niños corren hacia las jaimas para protegerles. Los hombres bracean con sus hoces intentando inútilmente espantar a la nube de langostas. 



Los Jubali se suman a la desesperada batalla, pero al final todo es inútil. En menos de media hora, las langostas devoran las espigas y dejan el campo desnudo y la desolación en el corazón de los dos clanes. 

Los Kubeira, que siempre se han caracterizado por su hospitalidad, esta vez no dispensaron ni el saludo a los recién llegados. Sus hombres, y más tarde las mujeres, se enzarzaron en una discusión atropellada de insultos y acusaciones con los Jubali. A su imperdonable falta de puntualidad, añadieron la acusación de haber traído la mala suerte al valle. Las excusas de los Jubali no sirven de nada. 

La contienda fue subiendo de tono hasta transformarse en una batalla campal que acabó con la muerte del jefe de los Jubali, Alí. Le mató el hijo mayor de Abas, que enloquecido golpeaba a diestro y siniestro hasta que acabó sacando una escopeta con la que abrió fuego hiriendo a varios hombres, incluidos algunos de su propio clan. 

Aquel trágico incidente marcó el comienzo de una larga historia de venganzas y de odio mutuo, que se han mantenido a lo largo de los años. Aquel año se conoce como “el año de las langostas”.

Décadas más tarde cuando se desató la guerra de independencia en el Sahara Occidental, en los años setenta, la mayor parte de los Jubali se alistaron en las filas del Frente Polisario y se refugiaron junto a sus familias en Argelia. En cambio, los Kubeira, que ya tenían propiedades y negocios en El Aaiún y Dajla, a pesar de la ocupación marroquí, decidieron quedarse en su tierra natal, en Saguía el Hamra, como suelen decir. 

Los Jubali ganaron fama de guerreros en las filas del ejército saharaui, y algunos llegaron a ocupar las más altas responsabilidades políticas, militares y diplomáticas. Por su parte, los Kubeira con gran habilidad y pragmatismo, adaptándose a la nueva situación de ocupación, continuaron con acuerdos comerciales con otras tribus, sacando todo el provecho posible a la administración marroquí, sobre todo en lo referente a la concesión de licencias de pesca y minería. Y al final, terminaron metidos también en la política local ocupando cargos de relevancia en ciudades como El Aaiún, Smara, Dajla y Bojador. 

Durante la época de la guerra, las pocas familias de los Jubali que permanecieron en el territorio ocupado y las de los Kubeira que se instalaron en los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, procuraron evitarse, y así convivieron en una paz de carcomidos cimientos.

Nada más firmarse el Acuerdo del Alto el Fuego en 1991, entre el Frente Polisario y Marruecos, y restablecerse la comunicación entre los saharauis de los campamentos de refugiados y los del territorio ocupado, la hostilidad soterrada durante años y el odio ancestral que separaba a los Kubeira y los Jubali, empezaron a aflorar de nuevo, protagonizado múltiples desencuentros y escándalos públicos. Algunos por motivos intranscendentes y absurdos, como cuando una mujer de los Jubali del campamento de Dajla, se vengó de una cabra de una mujer Kubeira, el día que la sorprendió en su cocina, agarrándola del cuello y rompiéndola uno a uno los dientes con una piedra. La dueña de la cabra hizo correr la voz en todo el barrio que estaba loca de atar y para reforzar la idea compartió fotos en varios grupos de whatsapp de ella comiendo carbón y arcilla en pleno embarazo. En otra ocasión la hostilidad llegó cuando una niña de los Kubeira, en un colegio de primaria en el campamento de Auserd, compartió un puñado de cacahuetes tostados con un niño de los Jubali, compañero de clase. Durante semanas, los clanes pusieron el campamento patas arribas y a las fuerzas de seguridad en alerta máxima. Muchos vecinos, temiendo por sus vidas, tuvieron que mudarse a otros campamentos. Las fuerzas de seguridad no pudieron restablecer el orden hasta que un informe forense determinó que el niño era alérgico a los cacahuetes, y que por eso tuvo aquella reacción tan exagerada que los médicos llaman anafilaxia y que casi le mata. O aquella vez, en El Aaiún ocupado cuando los Kubeira llevaron a juicio a una mujer Jubali acusándola de ser bruja. Alegaban que utilizaba la “magia negra” para seducir a los hombres Kubeira y destruir varios matrimonios. Y hasta la llegaron a acusar de haber castigado al jefe Rachidi provocándole una tichyira. En el hospital dijeron que fue un ictus, y aunque no le dejó ninguna secuela física le cambió el habla por completo. Perdió su acento saharaui, y desde entonces pronuncia igual que los marroquí del norte, una mezcla de dariya y hassanía muy cerrado y difícil de entender. 

Con la llegada de las redes sociales los desprecios e insultos se multiplicaron y fueron haciéndose mas hirientes y sofisticados. A día de hoy, los Jubali presumen de haberlo dado todo por la patria y la independencia nacional —Nadie como nosotros ha dado tantos mártires en la guerra de liberación. Somos los héroes de esta contienda —repite orgulloso a menudo su jefe actual, Sidahmed. 

A la menor oportunidad acusan a los Kubeira de ser egoístas, cegados por la avaricia y vendepatrias, por su comercio con los ocupantes marroquíes. Por su parte, los Kubeira acusan a los Jubali de ser soberbios e ignorantes, que han abandonado su tierra huyendo como cobardes, entregándola sin apenas resistencia a los marroquíes. Y encima, que con el paso del tiempo se han acabado convirtiendo en unos mercenarios y marionetas en manos de Argelia, que los manipula a su antojo.  

Un momento de máxima tensión ocurrió cuando una Comisión de Naciones Unidas intentó mediar y poner fin al conflicto saharaui. En ese momento, ambos clanes usaron todo su poder e influencias para impedir cualquier pronunciamiento que pudiera favorecer una solución. Los Kubeira siempre han dejado claro que no aceptarán jamás ser gobernados por nadie que tenga que ver con el Frente Polisario, simplemente por tener entre sus filas a “gentuza” como los Jubali. Por su parte los Jubali, declaran a la menor oportunidad que ni siquiera se sentarían a negociar con “esa chusma de traidores y asesinos” que son los Kubeira — Esos ya no son saharauis —decía Sidahmed, siempre — han preferido compartir el Sáhara con los marroquís antes que con nosotros.

Los invitados discutían y discutían y Abdelmalek ya no sabía qué hacer para que dejaran de sacar los trapos sucios del pasado y se centraran en la misión por la cual están, por fin, reunidos en La Meca. La intransigencia de unos y de otros, hicieron que todos los intentos anteriores terminaran en fracaso. 
Abdelmalek intenta guardar las formas, pero en su fuero interno empieza a desesperarse. En silencio, reza pidiendo la intervención divina. Y la providencia le respondió. Dos camareros jóvenes cargados con varias bandejas atravesaron la puerta del salón. Depositaron las bandejas de forma ordenada sobre las mesas que separaban a los invitados y se marcharon. El arroz con cordero estaba servido en una única bandeja, por tanto no queda más remedio que compartir. Abdelamlek la colocó en el medio y con amabilidad dijo

— Sólo falta una hora para el rezo, vamos a comer.

Sin tomar nada más que el arroz, Abdelmalek se levantó, se lavó las manos y sacó unos documentos de una carpeta depositada en una esquina del salón

— Se nos va este maravilloso día, y mañana temprano tenéis el tren hacia la Medina  — volvió a decir Abdelmalek mientras le daba una copia de aquel documento a cada uno de los presentes. En voz alta leyó la suya. 

Los invitados titubearon, dudaron, de nuevo se miraron con odio y al final, ante Allah, y junto a la Kaaba, firmaron. Sellaron una paz que parecía imposible, y se comprometieron a trabajar juntos para contribuir en la búsqueda de una solución justa al conflicto saharaui, al margen de Marruecos y de Argelia. 

Un año más tarde, Sara y Bachir se casaron en tres ceremonias, una en El Aaiún ocupado, una en los campamentos de refugiados saharauis y la tercera en Berlín auspiciada por el amigo común, Abdelmalek. Se habían conocido estudiando medicina allí, llevando su relación en absoluto secreto. El suyo ha sido el primer matrimonio entre una Kubeira y un Jubali desde el “año de las langostas”. 


10 comentarios:

  1. Entretenida lectura. Es un relato figurado de una realidad que vivimos. Al tener ese final feliz, me gustó mucho. Me quedo una duda. Aque año cristiano, corresponde el de las Langostas ?

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  2. Khadija Chouikhna : muy interesante historia, ha sido un placer poder disfrutar de su lectura. Gracias querida escritora Lehdia M. Dafa

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  3. Magnífico relato, yo que tú escribiría un libre de relatos

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  4. Como escreve bem dra. Lehdia. Uma bonita história.

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  5. Interesante relato lo único que en lugar de haber echó las paces en Arabia Saudí los habira llevado a pequin que parece única capital que en los últimos tiempos une.

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  6. Mis felicitaciones,más claro imposible para quien conoce la situación del Sáhara occ . Ya desde pequeñita se notaba tu inquietud de aprender sobre todo lo que te rodeaba ,,saludos de un maestro de los de antaño

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  7. Una bonita historia figurada que refleja nuestra realidad.Pedimos a ALLAH TODOPODEROSO, ente sagrado mes de ramadan que el desenlace real sea como el de la historia,porque este pueblo ya ha sufrido bastante.

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  8. Preciosa historia y estupendamente relatado. Enhorabuena Ledhia. Abrazo grande

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  9. Buen relato y un final feliz

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